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martes, 3 de diciembre de 2013

Cargados de jabas... camino a La Habana

Aquella tarde de domingo, allá por 1967, con apenas seis años, estaba a punto de ver realizado un primer sueño infantil. Dejaba por unos días la rutina del barrio y cambiaba las palmas y el verde de los sembrados por el asfalto y los edificios de La Habana. El Vedado, el sitio más emblemático de la capital, me daría la bienvenida. Junto a mis primos y tíos, viviría durante una semana el ambiente capitalino.

Costó trabajo que Mima y Pipo accedieran. Mis tíos María y Plácido se encargaron de convencerles de que serían las vacaciones que hasta ese momento nunca había disfrutado. La noche antes, me dormí pensando en que aquella iba a ser una semana inolvidable. Me levanté temprano para ir a casa de mis abuelos Luisa y Cheo, que vivían en el mismo barrio, en la calle final, a dos cuadras de mi casa y donde pernoctaban los fines de semana mis tíos habaneros. Muchacho al fin, comentaba a todos que me iría a conocer La Habana, la ciudad que hasta ese momento había visto sólo en revistas y, alguna que otra vez, desde el portal de Eloína, la única vecina del barrio que tenía televisor.

Aunque el viaje sería por la tarde, desde el mediodía ya mi equipaje estaba listo. Mima había cuidado cada detalle. La ropa, como siempre, estaba impecable. Mi madre presumía de tenerlo todo en orden, y mis pantalones y camisas lucían planchados como de tintorería. Mi padre procuró, por su parte, conseguir alguna que otra vianda para ayudar a mis tíos con mi alimentación. Eran años difíciles, de una austeridad increíble, y aunque entender yo no entendía nada, todos hablaban de que el bloqueo estadounidense se acrecentaba cada vez más y que comenzaban a escasear algunos productos de primera necesidad.

El Pegaso iba atestado
Cuando cayó la tarde y el fuerte sol comenzó a ceder, mis tíos y primos pasaron por mí. Me despedí de mi madre y mis hermanos, y Pipo nos llevó en su camión hasta la parada de ómnibus, por aquel entonces en el centro del pueblo, en la esquina de las calles Cuba y Manuel Landa, frente al restaurante Las Delicias. Hicimos la cola de los sentados para la ruta 75, porque el viaje era largo y como éramos tres niños, era peligroso ir de pie. Aunque estaba acostumbrado a viajar frecuentemente en el camión de mi padre, para ir a visitar a nuestra familia en pueblos y barrios aledaños a Güira, aquel trayecto en la 'guagua' fue todo una novedad. Recuerdo que hice el viaje un poco mareado, porque aquel ómnibus Pegaso iba atestado, el calor era agobiante y el camino estaba lleno de curvas.

La ruta 75 nos llevó hasta Santiago de las Vegas, municipio a medio camino de La Habana, que años más tarde conocería como la palma de mi mano, porque allí se fue a vivir mi hermana mayor, Mary, cuando se casó con un santiaguero, Rubén. En Santiago volvimos a hacer otra cola, esta vez para la ruta 76. Por suerte, ésta tenía aún un servicio bastante rápido y eficiente, por lo que en 20 minutos seguimos viaje hacia La Habana. La Fuente Luminosa, frente a la Ciudad Deportiva fue nuestro siguiente destino. Allí tomamos la ruta 27 y en cinco minutos más estábamos 'desembarcando' en la calle 26, entre 17 y 19.
Parecíamos 'jaberos'Llegamos cargados de jabas, como la mayoría de los que viajaban desde Güira. Estaba de moda ir a los municipios de La Habana campo a conseguir alimentos. Los llamados 'jaberos' se dedicaban al trueque de ropa o alimentos en conserva por viandas y vegetales. Era común que jabones, desodorantes y prendas de vestir compradas en la ciudad, fueran intercambiados por plátanos, frijoles y verduras. No era nuestro caso, porque afortunadamente, conseguíamos algunos productos agrícolas cosechados por nuestros familiares que eran dueños de fincas.

La llegada a La Habana fue casi al anochecer. Recuerdo que nos quitamos el 'churre' de encima, comimos y caímos rendidos en la cama. Terminaba así un día largo, pero novedoso y me esperaba otro lleno de aventuras. Continuará...

viernes, 15 de marzo de 2013

El adiós a un amigo de mi infancia

No puedo y no quiero ser uno de aquellos que permanecen inmóviles ante los golpes de la vida. Se ha ido uno de mis mejores amigos de la infancia: Carlitos. La noticia me llegó esta mañana desde Cuba, pero tarde, porque su fallecimiento ocurrió hace unas dos semanas. Me dice mi hermana que no se enteró de su muerte hasta ayer. Y que lo lamenta, porque hubiese querido darle el último adiós en mi nombre.
La celebración de uno de los cumpleaños de Carlitos. De izquierda a derecha: Mi hermana María Isabel, yo, Carlitos, Miguelito, María del Carmen y Gregorito.
Carlitos era afable, sencillo, juguetón y comilón. La obesidad que siempre lo acompañó fue la causante de las enfermedades que acabaron con su vida a los 50 años. Le sobreviven su esposa y sus dos hijas, de las que se sentía orgulloso y a las que amaba con todas sus fuerzas.
Hoy he ido a encontrar consuelo en la canción de Alberto Cortez ¡Cuando un amigo se va’, que dedicara a su padre, a quien veía como su mejor amigo:

Cuando un amigo se va
una estrella se ha perdido
la que ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.

Allá por la década de los sesenta, su familia y la mía eran como una sola, en el barrio La Vigía, en Güira de Melena. Su mamá Adelaida (Ayita para los amigos), me adoraba. Era un ser extraordinario, con la capacidad de amar y recibir amor, y de mimarnos. Ella decía que yo era su hijo postizo. Y es que casi me adoptó. Cuentan que me vio llegar al mundo, y que antes de nacer Carlitos, ella me llevaba a su casa para que mi mamá atendiera a mis otros hermanos mayores e hiciera las tareas hogareñas.

Y de veras que Ayita era única, por su sencillez y su humildad, pero sobre todo por sus dotes de persona solidaria. A los 11 años dejamos el barrio, pero mantuvimos el contacto con todos ellos. Siempre que iba a Cuba de vacaciones pasaba a saludarla y conversar con Carlitos. Cuando su madre se nos fue hace unos diez años sentí pena de estar lejos y no darle un último adiós. Su muerte fue un duro golpe para él. Desde entonces la tristeza lo invadió hasta sus últimos días cuando varias dolencias acabaron con su vida.

Cuando un amigo se va
se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar
porque el viento lo ha vencido.
 
¡En paz descanse!

viernes, 3 de diciembre de 2010

Mis amigos de la infancia y mi cumpleaños 50

No sé si a aquellos que ya son padres alguna vez sus hijos le han preguntado con frecuencia por los amigos de la infancia y la adolescencia. Al menos a mí, muchas veces Juan y Victor me han comido a preguntas. Y siempre he apelado a mis memorias recordando aquellos tiempos de mi niñez, pero siento que no es suficiente solo el ejercicio de mi memoria.

Ahora, al cumplir 50 años, se me ocurrió sorprender a mis hijos con este video casero en el que amigos de mi infancia responden a algunas de sus inquietudes. No es un auto-homenaje, es un legado para mi hijos, que al mismo tiempo quiero compartir con ustedes en este blog.

lunes, 18 de mayo de 2009

¡La Alta Casa de Estudios me abrió las puertas!

Mi vocación era otra

Me parece estar tocando a la puerta de la secretaría general de la Escuela Pedagógica ‘Presidente Salvador Allende’, en el municipio habanero de Boyeros. Aquella mañana de julio de 1976 me entregaron mi expediente escolar y la carta con la que se oficializaba mi baja de ese centro docente. Ese cuarto año de la carrera de magisterio me había dado la posibilidad, con sólo 15 años, de rectificar mi orientación vocacional.

Durante ese curso escolar 1976-77, en que tuve mi primera práctica como maestro frente a un aula de primer grado, me convencí que lo mío no era la docencia y que, sin lugar a dudas, el periodismo había tocado a mi puerta, y de qué manera. Durante los tres años anteriores, mientras estuve recibiendo las clases y formándome como maestro emergente (empecé la carrera a los 12 años), me fui acercando al arte de hacer radio, con mis frecuentes apariciones en la radio base de la Escuela Pedagógica. Aquella experiencia juvenil me despertó la curiosidad por descubrir cosas más allá de las frecuencias radiales y el éter.

Con aquella escasa edad y con sólo décimo grado terminado, tenía que buscar la manera más factible de enrumbar mi destino. Terminar el 11 y 12 grados en una Escuela Preuniversitaria en el Campo no me daba ninguna seguridad para matricular la carrera de Periodismo, que siempre contaba con pocas plazas y era muy discutida entre los estudiantes.

No me quedó más remedio que apelar a mi vocación. Como no tenía edad laboral, comencé a trabajar de manera voluntaria en el departamento de Finanzas de la UJC de Güira de Melena para, de esta forma, acceder a la Facultad Obrero Campesina del municipio Alquízar, en el curso para trabajadores, única manera de terminar la enseñanza preuniversitaria.

Mientras, trabajaba y asistía a las clases de jueves y sábados, y las combinaba con la función de corresponsal voluntario de Radio Ariguanabo. En esa emisora recibí el apoyo de Marta, Magaly Pérez, Freddy Díaz y Eliza Franchi-Alfaro y otros colegas, que me enseñaron el ABC del periodismo y me estimularon a continuar mis estudios superiores.

Aquel ejercicio del periodismo me proporcionó la práctica necesaria como para salir del ámbito regional y enviar mis informes a Radio Reloj, la emisora del tiempo y las noticias. A él le debo enseñanzas como profesional de la palabra. Con su labor motivó en mí y muchos otros corresponsales, el amor por esta profesión.

Hasta en los periódicos Granma y Juventud Rebelde llegué a publicar informaciones que se generaban en el municipio. Fue así que me di a conocer en el medio, y hasta un programa juvenil llegué a producir y presentar junto a Mayda González, en mi querida Radio Ariguanabo.

Una vez terminada la Facultad Obrero Campesina, me presenté en la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana, por aquel entonces en la esquina de Zapata y G, en la Facultad de Artes y Letras. Hasta allí fui con avales de Radio Ariguanabo y Radio Reloj y solicité la carrera de Periodismo (curso para trabajadores). El vínculo laboral de manera permanente con un medio era primordial. Yo lo estaba, pero no de manera fija. Pero tuve suerte. Otorgaron 60 plazas; yo fui el 58 en la lista. ¡La Alta Casa de Estudios me abrió las puertas! Continuará…

jueves, 17 de abril de 2008

Los 52 de mi hermana Olga

Un cariño muy especial me une a ella

Mi hermana Olga celebró el 12 de febrero su 52 cumpleaños con dos grandes records: 4 hijos (Viviam, Osvaldo, Olga Lidia y Ana Iris) y 11 nietos, y otro en camino. Sin lugar a dudas una familia numerosa para los tiempos que corren. Después de todo, ha de ser interesante verse rodeada siempre de niños desde que cumplió sus 15 años con la primera de sus hijas en los brazos. Aunque no sé qué pensar, porque a veces, según confiesa, anhela un descanso de tanto trajín.

Cuando nací, Olga tenía casi cuatro años y 9 meses, lo que se traduce en una gran pausa en la carrera de maternidad de mi madre, quien tuvo a mis tres primeros hermanos escalonadamente: Mary, en abril de 1954; José Alberto, en marzo de 1955, y a ella, en marzo de 1956.

No sé si Olga Eulalia, que es su nombre completo, experimentó mi llegada al mundo con recelo o si disfrutó la novedad de tener un muñequito de carne y hueso con quien jugar. Me inclino más por lo segundo, aunque mi memoria no me deja viajar tan lejos. Sí me permite, en cambio, recordar que siempre estuve muy ligado a ella, porque era muy cariñosa.

Olga, a sus 16 años, junto a Mima y Pipo

Lamento que la memoria fotográfica de aquella época sea escasa y que mis padres no nos llevaran a tomarnos una foto en el estudio fotográfico de Rubén y Mercedita, ubicado en la calle Cuba, en la arteria principal del municipio Güira de Melena, donde nacimos. Es una lástima que no tengamos ninguna foto juntos de cuando éramos pequeños.

A Olga, la tercera de mis hermanos le tocó, en parte, ayudar a Mima en el cuidado de sus otros tres hermanos en este orden: Yo, Juan Carlos, que nací en diciembre de 1960; María Isabel, que llegó al seno de la familia en marzo de 1963, y Gisela, que fue bienvenida en septiembre de 1967.

El que nace para criar hijos del cielo le caen los pañales, y justo eso le pasó a Olga, porque se anticipó demasiado en eso de formar una familia y, como quien dice, pasó del juego de muñecas a la realidad sin hacer transición. Cuando debió estar sentada en un pupitre estudiando y preparándose para la vida, se vio con la responsabilidad que conlleva un embarazo y su posterior desempeño como madre.

Eran otros tiempos, a inicios de la década de los 70, en que muchas jóvenes se dejaban llevar por los impulsos del amor y las hormonas, y ante el desmedido control de los padres, optaban por el casamiento. Qué metida de pata, me dijo hace unos años, cuando ya cuarentona se dio cuenta que había desperdiciado su juventud y que su profesión terminó siendo sólo madre y abuela.

Hoy día sigue entre pañales porque, para colmo, hace medio año le nacieron unas nietas jimagüitas (Leyanis y Leyanet), que viven en el apartamento que tiene su hijo Osvaldo (Papo) encima de su casa. Aparejado le ha tocado la semiresponsabilidad de atender a una de las nietas, a pedido de su hija mayor Viviam, que emigró como balsera a Miami, va a hacer ahora un año.

Olga es una hermana muy especial. Es la que más se parece a nuestra madre, ya fallecida. Heredó de ella su carácter fuerte, pero es cariñosa y tiene muy buenos sentimientos. No escatima en ayudar a sus hermanos aunque tenga que quitarse las cosas. Ejemplos hay de sobra. Lo sabemos quienes la queremos.

sábado, 1 de marzo de 2008

Feliz cumpleaños, Tali

Recuerdos desde la distancia

Eres la hermana que me sigues. Naciste cuando yo tenía 2 años y tres meses. No recuerdo tu llegada al mundo porque mi memoria no registra ese momento. Pero sí tengo una vaga idea de que nuestra madre nos mecía en el sillón a los dos juntos, uno en cada brazo. Y no sé bien quiénes disfrutábamos más del balancín, si Mima o nosotros. Hoy 2 de marzo del 2008, cumples 45 años. A ti van dirigidos estos recuerdos desde la distancia. FELICIDADES MI HERMANA!

María Isabel, Gisela y yo

Tali, como siempre te llamé desde pequeño (no sé por qué), eras mi hermanita de los juegos, porque Olga, Pepe y Mary tenían 6, 7 y 8 años, respectivamente, más que nosotros. Así que, con el tiempo, esa diferencia de edades de nuestros tres primeros hermanos influyó muchísimo a la hora de compartir nuestras andanzas infantiles aunque, por supuesto, de vez en cuando jugábamos juntos al escondido, a las bolas; a la pelota; al 1, 2, 3, muñequito trapo es; a la rueda rueda, y al pon. En aquellos años tu y yo éramos sus mascotas.

Tuve que esperar unos cuantos años para que te igualaras a mí en tamaño y habilidades. Recuerdo que las operaciones ortopédicas a las que fuiste sometida en una de tus manos, cuando aún era una bebita, frenaron un poco el desarrollo normal de tu infancia. Tus deditos nacieron como agarrotados, y tuvieron que ir enderezándolos uno a uno. No obstante, lo protegida que estaba por nuestros padres y hermanos mayores, pocas no fueron las caídas y los choques cuando corríamos juntos.

Después los hermanos mayores fueron creciendo y despuntaron hombres y mujeres. Con decir que cuando yo tenía 9 años y tú 7, ya Olga, nuestra tercera hermana, estaba esperando a su primera hija. Así que tu y yo terminamos jugando con los amiguitos del barrio ‘La Vigía’, donde residimos hasta 1971.

La casa que nos cobijaba como familia numerosa (seis hermanos, porque después en 1967 llegó Gisela), era de techo de guano, con una amplia sala y un dormitorio a cada lado, y un medio punto servía de división con el comedor, que a su vez, comunicaba con la cocina, a la derecha, y desde ésta se iba al baño. A mano izquierda del comedor había una tercera habitación. Delante y detrás de la casa habían sendos portales donde nos pasábamos la mayor parte del tiempo jugando.

Desde que tuve uso de razón, observé que fuiste siempre muy voluntariosa, emprendedora y lista, aunque en ocasiones te mostrabas un poco introvertida. Te las ingeniabas muy bien para hacer valer tus derechos cuando de competencia se trataba. Tenía tu genio y también tus leyes. Debías haber estudiado Derecho, porque saliste buena defensora de las causas justas.

En la escuela eras inteligente y tenías buenas notas. Te gustaba estudiar y formar equipos, y brillabas en la realización de las tareas colectivas. Si no me equivoco, fue una pena que, al llegar al nivel secundario, Mima no valorara tu capacidad e inteligencia y no te dejara continuar tus estudios.

Como hermana siempre nos regalaste el cariño que de ti desprendía. En aquellos años compartimos muchas alegrías y momentos lindos. Desde pequeña fuiste muy dispuesta a cooperar en las labores de la casa. Aprendiste de Mima cómo mantener la limpieza, lavar bien la ropa, tener la cocina brillando, etc. Ahora eres el reflejo de todas esas habilidades caseras.

Como tía no puedes ser mejor. Tus sobrinos te adoran, porque te ven como una segunda madre. Te has ganado ese cariño con la dedicación de muchos años. Recuerdo que todavía no habías sido madre y ya te llamaban mamá, sobre todo los hijos de nuestra hermana Olga que se criaron muy apegados a ti. Los demás sobrinos te quieren muchísimo y conservan muy buenos recuerdos de aquellos años en que, como ahora, te desvivías por atenderlos cuando te visitaban. De hecho, mis hijos Víctor y Juan siempre hablan de tía María Isabel con mucho cariño y están conscientes de cuánto te preocupas por ellos, sobre todo tu ahijado Juanqui.

¡Qué decir de tu papel de madre abnegada!... La vida te ha premiado con dos hijas maravillosas, Lideybys y Lisandra, y con Dudleys, hija de una sobrina que la has criado como si también fueras su madre. A las tres le has inculcado los buenos valores, y con el apoyo de Albe les has enseñado lo que es el respeto y la humildad.

A tus 45 “primaveras”, ocupas hoy el lugar que dejaron nuestros padres, y siempre estás pendiente de toda la familia, aunque no todos te lo reconozcan como deberían. Ahí estás, María Isabel , al tanto de todo cuanto ocurre a tu alrededor, uniendo a los hermanos y a los sobrinos, y propiciando el entendimiento y la continuidad de la familia Roque García.

¡Feliz cumpleaños, mi hermana! Te has sabido ganar ese lugarcito en nuestros corazones. Le pido a Dios y a la vida que te siga premiando con toda la felicidad que te mereces y que, sobre todas las cosas, te de mucha salud para esperar la llegada de tus nietos.

¡¡¡¡¡ TE QUEREMOS MUCHO !!!!!!!!!!

viernes, 21 de septiembre de 2007

A 28 años de su muerte, sigue entre nosotros

Urbisia: Una tía especial

Este 21 de septiembre se cumplen 28 años del fallecimiento de mi tía Urbisia, nacida el 1 de abril de 1913. Hija de José y María Luisa, es la tercera de 12 hijos. Contrajo matrimonio con Emiliano Marrero y tuvo una hija, Margot. Quiso con locura a sus nietos Humberto y María del Carmen y sus bisnietos. A sus padres, hermanos y sobrinos dedicó su vida cuando enviudó a principios de la década del 60.

El legado de una tía

En la segunda foto posa junto a la baranda. Sentada está su hermana Agueda y su nieto Humberto.

Tía Urbisia vivía a no más de 100 metros de mi casa. A la edad de 6 años, yo disfrutaba enormemente de los paseos con ella, por aquel entonces ya viuda. Aquellas caminatas casi siempre eran al centro del pueblo o al cementerio, a llevarle flores a sus seres queridos.

Fue ella la primera en contarme historias familiares, en enseñarme lo que hay más allá de las vocales, del abecedario y de los números del 1 al 10.

En esta tercera foto aparece con su yerno Francisco y su nieto Humberto, al parecer en la finca de uno de mis tíos.

Con tía Urbisia aprendí que la vida tiene rincones insospechables, todos los que uno quiera hurgar. Me enseñó además que el destino se lo forja uno mismo y que nada es imposible. Su legado llenaría mis sueños y anhelos unos años más tarde, cuando nos dejara para siempre.

En la foto aparece junto Florentino, el tercero de sus hermanos.

Con el paso de los años, a estos recorridos a los que hago mención, se sumaría mi hermana María Isabel quien, como yo, le tenía un cariño especial. Tali, como le llamaba de pequeña a la cuarta de mis hermanas, estaba ligada a mis andanzas familiares y, al igual que yo, era muy observadora de la realidad circundante, convencida de que no había límite en el horizonte.


Urbisia era muy dispuesta. Ayudaba a todos sus hermanos y vecinos. Era muy popular en el barrio y la conocía media Güira de Melena. Cuando la acompañaba al centro del pueblo, era saludada por muchos transeúntes.

Aunque aparece muy seria en la foto, tía Urbisia era muy jovial, alegre, entusiasta. Esta instantánea es en el cumpleaños de uno de sus nietos.

Por donde quiera que pasaba dejaba su sabia y su espíritu de conciliación ante los problemas de sus familiares y parientes.

Nunca voy a olvidar aquella frase de ella cuando se despedía después de hacer una vista: "Ya estoy llegando", en referencia a que estaba apurada y se le hacía tarde.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Somos novios

Muchos pensarán que he abandonado este blog 'Guajiro', en el que escribo sobre mi vida y mi familia. Para que vean que sigo con el mismo entusiasmo con que inicié esta labor de rescate de experiencias personales, y aprovechando que Blogger permite subir videos a su servidor, hoy quiero mostrarles un pequeño trabajo realizado a base de fotografías. Es parte de mi vida junto a mi esposa María Caridad y mis hijos Juan Carlos y Víctor Manuel.