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miércoles, 2 de mayo de 2007

La llegada de mi primera sobrina

En 1971, cuando yo tenía 10 años, nació mi primera sobrina, Viviam. Eran tiempos en que las jóvenes preferían el matrimonio antes que llevar una relación vigilada estrictamente por los padres. Mi hermana Olga no fue la excepción.

Olga, con 15 años, junto a Mima y Pipo
Juanito, el bodeguero de la esquina, le había tirado el ojo a la tercera de mis hermanas, que desde los 13 años ya mostraba un cuerpo de mujer.

De pronto, me llamó la atención que aquél joven empleado de comercio comenzara a visitar mi casa con regularidad. No tardé mucho para darme cuenta que el mencionado bodeguero ya empezaba a ser uno más en la familia.




Noviazgo a la vieja usanza


Mi hermana Olga y su novio Juanito se sentaban a 'noviar' en la sala, y frente a ellos, mi madre, que vigilaba todo movimiento en falso de la pareja. Mis padres no habían evolucionado mucho en relación con los noviazgos, y me temo que aplicaron la misma receta de mis abuelos, a la usanza de los años 50. ¿Resultado? Olga contrajo matrimonio a los 14 años. Y su foto de 15 fue con su hija Viviam en los brazos. Adiós estudios, adiós futuro... ¡Qué tiempos aquellos!



La llegada de mi sobrina revolucionó nuestra casa de la calle 78, entre 103 y 105, en el reparto ‘La Vigía’, en Güira de Melena. Sus padres habían contraído matrimonio, pero se quedaron viviendo con todos nosotros, de ahí que mis hermanos y yo viviéramos cada detalle de lo que es ser tío en vivo y en directo y a tan escasa edad. Mi hermana Gisela, por ejemplo, por aquel entonces tenía tan sólo 4 años.


 
‘El que se casa, casa quiere’, pero en Cuba ese viejo refrán ha sido siempre sólo una aspiración, porque el mercado de la vivienda se estancó desde los años iniciales de la Revolución. Desde que tengo uso de razón, en este sector la oferta ha superado siempre a la demanda.

Convivencia a la cubana
Así que, la imposibilidad de conseguir una vivienda, obligó a Olga y a Juanito a residir durante varios años con mis padres y mis hermanos José Alberto (Pepe), María Isabel y Gisela, y yo. Una de las habitaciones fue destinada a la nueva pareja, y a su primera hija. Aunque llegaron a tener cocina separada, las dos casas fruto de una división, estaban interconectadas. La pequeña pasaba la mayor parte del tiempo en la parte principal de la casa, con sus abuelos y tíos.

Mis padres estaban cluecos con Viviam, que era su primera nieta. Recuerdo que aquella convivencia fue tan estrecha que al cabo de varios años, cuando Olga y Juanito se independizaron y se fueron a vivir a otra casa, mi sobrina primogénita se negó a mudarse y se quedó bajo la tutela de mis padres.
Al punto que, hoy día, ella se siente más la hermana menor de todos nosotros que sobrina.


Familia numerosa

Olga y Juanito tuvieron después a Osvaldo, Olga Lidia y Ana Iris. Con los años esa familia ha ido creciendo. A Olga le encantaban las canastillas y sus hijas han seguido sus pasos en materia de reproducción. Viviam tiene tres hijas (Dudleys, Claudia y Adelis); Olga Lidia también ha sido muy productiva, con tres hijos (Yanelis, Juan Junior y Ana Isabel); Ana Iris tiene dos hijos (Yahima y Randy), y Osvaldo es padre de una niña (Leydis) y de otro en camino.

Cada vez que visito Cuba me veo siempre en problemas, porque son tantos los sobrinos, que no sé como complacerlos a todos. Cuando se reúnen en la casa que fuera de mis padres, sólo con el familión de mi hermana Olga, se puede hacer una gran fiesta. La foto familiar de hace unos diez años no deja duda, aunque cuatro de ellos viven ahora en Miami.