martes, 9 de febrero de 2010

La permuta

Fue como arrancarnos de nuestras raíces

En Cuba las viviendas siguen siendo "propiedad privada" pero no se pueden comprar ni vender. Tras el triunfo revolucionario, la llamada Ley de Reforma Urbana posibilitó que muchos cubanos fueran propietarios de sus casas o que pagaran una módica suma mensual al Estado, como les ocurrió a mis padres a principios de la década de los 60.

Vivíamos en una casa con paredes de tabloncillo y techo de guano (hojas de palmeras). Un día de 1972, dejamos para siempre ese hogar que me vio nacer y en el cual nos criaron a los seis hermanos. Como resultado de una permuta, única manera de cambiar de casa, pasamos a vivir a otra con techo de tejas. Mi hermana María Isabel y yo fuimos los que más sufrimos este cambio de barrio.

Mis padres habían decidido dar un nuevo aire a sus vidas y querían empezar por mudarse de barrio. Aquel día de la mudanza lo tengo registrado en la memoria con lujo de detalle. Al menos para María Isabel y para mí, aquella permuta fue como arrancarnos de nuestras raíces. Con 9 años ella y 11 yo, estábamos asistiendo a un cambio brusco de nuestras vidas.

Dejábamos el reparto ‘La Vigía’, con casas de madera, mayormente construidas en forma de bohío con techo de guano, aunque por aquellos años ya sus calles habían sido asfaltadas. El nuevo barrio era más moderno, con casi la totalidad de sus viviendas de mampostería y con techo de placa; excepto algunas, entre ellas la nuestra, que era de madera, pero con techo de tejas. Esa era la diferencia fundamental.

Tanto María Isabel como yo echaríamos de menos a nuestros amigos de toda la vida: Fidelito, Carlitos, Miguelito, Tonito y María del Carmen. Ellos, junto a nuestros primos más cercanos Barbarita, Alberto y Andresito, habían sido nuestros compañeros inseparables. Nuestros juegos de entonces estaban basados en el respeto mutuo. Toda aquella pirámide de relaciones de la infancia se hacía añicos. Pensábamos que era algo irreparable. Afortunadamente, no pasaron muchos días cuando empezamos a hacer buenas migas con los niños del nuevo barrio.


Reparos por el cambio de casa
Mi hermana menor, Gisela, con 4 años, no se enteraba de aquel jaleo. Mis otros hermanos mayores que yo, Olga y Pepe, no tenían reparo con el cambio de casa. Mas sí mi hermana mayor, Mary, que por entonces ya estaba casada y vivía aparte de nosotros. De regreso de un viaje a Canasí, donde vivía parte de la familia de su esposo, Mary fue a visitarnos y quedó tristemente sorprendida. Si bien el barrio era mejor que el otro, la casa dejaba mucho que desear. Según ella, esta otra vivienda estaba casi en peores condiciones que la anterior, que era más amplia y ventilada. Para empezar, esta de la avenida 95 era accesoria, es decir, eran dos viviendas adosadas, con ventanas a un solo lado. Eso sí, en el patio _aunque más pequeño que el anterior_ afortunadamente mi padre podía guardar su camión.

En realidad, mis padres querían mejorar la casa, renovarla lo antes posible y, con el paso de los años, poco a poco lo lograron. En parte, gracias a un dinero que nos ‘cayó’ del cielo. A Pipo, como a todos sus hermanos, le gustaba jugar ‘la bolita’, una especie de lotería ilegal que siguió activa a pesar de que una de las primeras medidas del Gobierno Revolucionario había sido la prohibición de los juegos de azar. Lo cierto es que mi papá le había puesto un peso al 25 combinado con el 38 y como resultado de ese parlé, llegaron aquellos 1800,00 pesos cubanos.
El juego es parte de la idiosincrasia del cubano y, hoy día,
los cubanos siguen jugando a pesar de los riesgos.
Esa lotería se ha convertido en el pasatiempo nacional.
De manera clandestina se escucha la rifa desde
Colombia, Venezuela o desde el mismo Miami.
Hay personas que fungen como bancos y pagan
a los premiados mediante las cadenas de
listeros que se encargan de recoger las apuestas.
Y fuimos propietarios

Tenía yo unos 15 años cuando la casa quedó totalmente renovada. Por casualidades de la vida, cayó en mis manos un artículo de una revista en el que se reconocía que otras de las primeras medidas del Gobierno Revolucionario había sido exonerar de pago a aquellos inquilinos de viviendas con techo de guano. Entonces, con todo el derecho que me daba la ley, me personé en la oficina municipal de la Reforma Urbana y reclamé lo que nos pertenecía: la propiedad de la vivienda. Por desconocimiento de mis padres y por error de los funcionarios, durante 12 años habíamos estado pagando el alquiler de una casa considerada bohío.

Mi petición fue llevada a la dirección provincial de la Reforma Urbana y las autoridades se vieron en la obligación de otorgarnos el título de propiedad de la nueva casa. Fue mi primera victoria. Contaba mi padre que el entonces director de la oficina municipal de Güira de Melena le había dicho: “Tú hijo tiene tremendas espuelas; es un gallito de pelea, ha sido muy valiente , y su actitud una enseñanza para nosotros”.