viernes, 21 de septiembre de 2007

A 28 años de su muerte, sigue entre nosotros

Urbisia: Una tía especial

Este 21 de septiembre se cumplen 28 años del fallecimiento de mi tía Urbisia, nacida el 1 de abril de 1913. Hija de José y María Luisa, es la tercera de 12 hijos. Contrajo matrimonio con Emiliano Marrero y tuvo una hija, Margot. Quiso con locura a sus nietos Humberto y María del Carmen y sus bisnietos. A sus padres, hermanos y sobrinos dedicó su vida cuando enviudó a principios de la década del 60.

El legado de una tía

En la segunda foto posa junto a la baranda. Sentada está su hermana Agueda y su nieto Humberto.

Tía Urbisia vivía a no más de 100 metros de mi casa. A la edad de 6 años, yo disfrutaba enormemente de los paseos con ella, por aquel entonces ya viuda. Aquellas caminatas casi siempre eran al centro del pueblo o al cementerio, a llevarle flores a sus seres queridos.

Fue ella la primera en contarme historias familiares, en enseñarme lo que hay más allá de las vocales, del abecedario y de los números del 1 al 10.

En esta tercera foto aparece con su yerno Francisco y su nieto Humberto, al parecer en la finca de uno de mis tíos.

Con tía Urbisia aprendí que la vida tiene rincones insospechables, todos los que uno quiera hurgar. Me enseñó además que el destino se lo forja uno mismo y que nada es imposible. Su legado llenaría mis sueños y anhelos unos años más tarde, cuando nos dejara para siempre.

En la foto aparece junto Florentino, el tercero de sus hermanos.

Con el paso de los años, a estos recorridos a los que hago mención, se sumaría mi hermana María Isabel quien, como yo, le tenía un cariño especial. Tali, como le llamaba de pequeña a la cuarta de mis hermanas, estaba ligada a mis andanzas familiares y, al igual que yo, era muy observadora de la realidad circundante, convencida de que no había límite en el horizonte.


Urbisia era muy dispuesta. Ayudaba a todos sus hermanos y vecinos. Era muy popular en el barrio y la conocía media Güira de Melena. Cuando la acompañaba al centro del pueblo, era saludada por muchos transeúntes.

Aunque aparece muy seria en la foto, tía Urbisia era muy jovial, alegre, entusiasta. Esta instantánea es en el cumpleaños de uno de sus nietos.

Por donde quiera que pasaba dejaba su sabia y su espíritu de conciliación ante los problemas de sus familiares y parientes.

Nunca voy a olvidar aquella frase de ella cuando se despedía después de hacer una vista: "Ya estoy llegando", en referencia a que estaba apurada y se le hacía tarde.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Somos novios

Muchos pensarán que he abandonado este blog 'Guajiro', en el que escribo sobre mi vida y mi familia. Para que vean que sigo con el mismo entusiasmo con que inicié esta labor de rescate de experiencias personales, y aprovechando que Blogger permite subir videos a su servidor, hoy quiero mostrarles un pequeño trabajo realizado a base de fotografías. Es parte de mi vida junto a mi esposa María Caridad y mis hijos Juan Carlos y Víctor Manuel.

miércoles, 2 de mayo de 2007

La llegada de mi primera sobrina

En 1971, cuando yo tenía 10 años, nació mi primera sobrina, Viviam. Eran tiempos en que las jóvenes preferían el matrimonio antes que llevar una relación vigilada estrictamente por los padres. Mi hermana Olga no fue la excepción.

Olga, con 15 años, junto a Mima y Pipo
Juanito, el bodeguero de la esquina, le había tirado el ojo a la tercera de mis hermanas, que desde los 13 años ya mostraba un cuerpo de mujer.

De pronto, me llamó la atención que aquél joven empleado de comercio comenzara a visitar mi casa con regularidad. No tardé mucho para darme cuenta que el mencionado bodeguero ya empezaba a ser uno más en la familia.




Noviazgo a la vieja usanza


Mi hermana Olga y su novio Juanito se sentaban a 'noviar' en la sala, y frente a ellos, mi madre, que vigilaba todo movimiento en falso de la pareja. Mis padres no habían evolucionado mucho en relación con los noviazgos, y me temo que aplicaron la misma receta de mis abuelos, a la usanza de los años 50. ¿Resultado? Olga contrajo matrimonio a los 14 años. Y su foto de 15 fue con su hija Viviam en los brazos. Adiós estudios, adiós futuro... ¡Qué tiempos aquellos!



La llegada de mi sobrina revolucionó nuestra casa de la calle 78, entre 103 y 105, en el reparto ‘La Vigía’, en Güira de Melena. Sus padres habían contraído matrimonio, pero se quedaron viviendo con todos nosotros, de ahí que mis hermanos y yo viviéramos cada detalle de lo que es ser tío en vivo y en directo y a tan escasa edad. Mi hermana Gisela, por ejemplo, por aquel entonces tenía tan sólo 4 años.


 
‘El que se casa, casa quiere’, pero en Cuba ese viejo refrán ha sido siempre sólo una aspiración, porque el mercado de la vivienda se estancó desde los años iniciales de la Revolución. Desde que tengo uso de razón, en este sector la oferta ha superado siempre a la demanda.

Convivencia a la cubana
Así que, la imposibilidad de conseguir una vivienda, obligó a Olga y a Juanito a residir durante varios años con mis padres y mis hermanos José Alberto (Pepe), María Isabel y Gisela, y yo. Una de las habitaciones fue destinada a la nueva pareja, y a su primera hija. Aunque llegaron a tener cocina separada, las dos casas fruto de una división, estaban interconectadas. La pequeña pasaba la mayor parte del tiempo en la parte principal de la casa, con sus abuelos y tíos.

Mis padres estaban cluecos con Viviam, que era su primera nieta. Recuerdo que aquella convivencia fue tan estrecha que al cabo de varios años, cuando Olga y Juanito se independizaron y se fueron a vivir a otra casa, mi sobrina primogénita se negó a mudarse y se quedó bajo la tutela de mis padres.
Al punto que, hoy día, ella se siente más la hermana menor de todos nosotros que sobrina.


Familia numerosa

Olga y Juanito tuvieron después a Osvaldo, Olga Lidia y Ana Iris. Con los años esa familia ha ido creciendo. A Olga le encantaban las canastillas y sus hijas han seguido sus pasos en materia de reproducción. Viviam tiene tres hijas (Dudleys, Claudia y Adelis); Olga Lidia también ha sido muy productiva, con tres hijos (Yanelis, Juan Junior y Ana Isabel); Ana Iris tiene dos hijos (Yahima y Randy), y Osvaldo es padre de una niña (Leydis) y de otro en camino.

Cada vez que visito Cuba me veo siempre en problemas, porque son tantos los sobrinos, que no sé como complacerlos a todos. Cuando se reúnen en la casa que fuera de mis padres, sólo con el familión de mi hermana Olga, se puede hacer una gran fiesta. La foto familiar de hace unos diez años no deja duda, aunque cuatro de ellos viven ahora en Miami.

lunes, 19 de marzo de 2007

San José

19 de marzo, día del patrón de mi pueblo

El Día de San José, lo que cuatro o cinco décadas atrás era motivo de fiesta en mi pueblo natal, Güira de Melena, se ha celebrado, como es costumbre desde entonces, con una reducida misa.

Recuerdos borrosos de mi niñez me trasladan a aquellos años a mediadios de la década de los '60, cuando tenían lugar las famosas verbenas de San José. Lamentablemente esos festejos tradicionales, enmarcados en una tradición religiosa, fueron desplazados por la "Fiesta de la papa" que, desde entonces, tiene lugar a inicios de marzo para celebrar la cosecha papera.

De seguro que dos fiestas seguidas es demasiado gasto para el gobierno local. Bien que podrían ir pensando en fusionar ambos motivos y recuperar una tradición de antaño, a pesar de su marcado tinte religioso, ajeno a la idelogía actual.

Modelo de padre y esposo, patrón de la Iglesia universal y de la Güira de Melena, de los trabajadores, de infinidad de comunidades religiosas y de la buena muerte, San José es venerado por cientos de fieles güireños y de poblaciones cercanas.

A San José, Dios le encomendó la inmensa responsabilidad y privilegio de ser esposo de la Virgen María y custodio de la Sagrada Familia. Es por eso el santo que más cerca esta de Jesús y de la Stma. Virgen María. Nuestro Señor fue llamado "hijo de José" (Juan 1:45; 6:42; Lucas 4:22) el carpintero (Mateo 12:55).

Tal como ocurre desde hace 3 años, la ceremonia religiosa no ha podido celebrarse en la Iglesia del parque, sino en una sala improvisada en los jardínes de la residencia del cura local.

En septiembre de 2004, durante el paso del huracán Iván, la Casa de Dios sufrió considerables daños. La Iglesia perdió su techo de madera y tejas, por lo que fue cerrada al público. Posteriormente se inició su reparación capital, que aún está en proceso.

Un poco de historia
Güira de Melena se fundó en 1779, año en que el marqués Cárdenas de Monte Hermoso, dueño de la hacienda de este nombre, repartió parte de sus tierras entre algunos labradores, quienes levantaron sus viviendas y construyeron una iglesia de tabla y guano. En 1806 la iglesia fue reedificada de mampostería y teja. En 1840, con el aporte de los vecinos se construyó el cementerio con su capilla anexa.

Durante la Guerra de Independencia, en 1896 el pueblo fue atacado por las fuerzas libertadoras de Máximo Gómez y Antonio Maceo, que vencieron a las españolas. Al ocuparlo, los mambises quemaron la iglesia y el ayuntamiento y con ello los archivos de ambos. En aquel entonces su población era de aproximadamente 500 habitantes. Actualmente Güira de Melena tiene 37. 890 habitantes y su extensión territorial es de 177 kilómetros cuadrados . Es un municipio inminentemente agrícola, de tierras rojas muy fértiles.

sábado, 17 de marzo de 2007

jueves, 8 de febrero de 2007

† Cuando una tía se va

Adiós tía Águeda
La muerte, con su impecable misterio, deja huellas imborrables. Esta semana ha tocado de nuevo a mi puerta, para llevarse a una de las tías más queridas: Águeda. Murió repentinamente, de un ataque al corazón, tal como le ocurrió a mi abuelo paterno, hace ahora 38 años y, más recientemente, a mi papá, en junio de 1999.

Tenía siete años cuando murió mi abuelo Cheo. Fue el 25 de febrero de 1968, un día tan frío en Güira de Melena que hasta la hierba de los campos amaneció con escarcha. Según cuentan algunos testigos, durante la madrugada de su velatorio, se repitió ese intenso frío del día anterior y el termómetro registró 0 grado. Mis tíos tuvieron que cerrar las puertas y refugiarse en el interior de la funeraria.

Los nietos más pequeños, entre ellos yo, estuvimos bien cuidados por mi madre, quien esa noche regresó de la funeraria con una honda tristeza, porque ella y mi abuelo se tenían un cariño especial. La pobre, no dejaba de pensar en mi padre y en lo que iba a significar aquella pérdida para él, sus hermanos y su madre.

La cultura de la muerte
Familia numerosa al fin -12 hijos-, los Roque-Rodríguez, al tiempo que veían crecer su familia, comenzaban a enfrentar los sucesivos fallecimientos de hermanos y hermanas. La cultura de la muerte invadía sus vidas. Todos se mostraban seguidores de los patrones del luto a la usanza de entonces. Mis padres, por ejemplo, eran fieles guardianes de esos dictámenes heredados de generación a generación.

Mi madre, además de vestir ropa de luto o medio luto, prohibió que en casa se escuchara música. Guardo el recuerdo sonoro de aquellos años, monótono, por cierto, porque la radio estuvo sintonizada durante mucho tiempo en Radio Reloj, la única emisora cubana que difunde las noticias y la hora cada minuto, durante las 24 horas del día. (Esa radio no trasmite música ni grabaciones; el único sonido que se escucha al sintonizarla es el tic tac de las frecuencias de un reloj y las voces de los locutores).

Años más tarde, en 1974, tras el fallecimiento de mi abuela paterna, María Luisa, mi madre nos privó de ver la TV a mis hermanos y a mí. Pobre de nosotros, porque sufrimos su arraigo a unas normas demasiado estrictas para la época. Con el paso del tiempo, mi primo Roberto, hijo de mi tía María (la más pequeña de las hermanas de mi papá y la única que se fue a vivir a ciudad de La Habana), me confesó que ella sí les permitió ver la televisión. Eso sí, con el audio bajito. Nosotros, quizás porque estábamos en un pueblo de campo, con una mentalidad más atrasada, terminamos viendo el popular programa de ‘Aventuras’ en la sala de algún vecino.

El luto se lleva dentro
Con el paso de los años y la muerte de otros miembros de la familia, comencé a valorar más la vida. Aprendí que el luto se lleva dentro y que lo mejor es demostrar el amor y el cariño todos los días y no cuando la muerte nos arrebata a un ser querido. En parte, esa filosofía me la inculcó mi tía María, con un pensamiento mucho más abierto.

Las veces que fui al cementerio acompañando el cortejo fúnebre de varios familiares... y las otras que llevé flores a los difuntos de mi familia. Pero en los últimos 11 años, mi ‘exilio profesional’ (vivo y trabajo en Holanda) me ha impedido estar allí para darle el último adiós a mi madre (64 años), en 1996; a mi padre (70) en 1999; a mi tío Eusebio (85) en el 2003, y ahora a tía Águeda, fallecida el 2 de febrero, a la edad de 73 años. Ese es el precio que pago al estar lejos de la tierra que me vio nacer y al distanciarme justificadamente de una familia tan unida.

Este fin de semana mi esposa y yo hemos recordado a tía Águeda. Le dedicamos unas flores y le encendimos una velita. Su ternura, su alegría, su amor por la familia y su lucha por los suyos seguirán alimentando nuestros sentimientos.

lunes, 5 de febrero de 2007

La escuela al campo

Mi primera experiencia laboral
Fue ésta una práctica muy común en la enseñanza secundaria o especializada. Todos los años, durante 45 días, los estudiantes cambiamos los libros, los cuadernos y los lápices por la guataca. Había que aprender a trabajar la tierra. Productivos no éramos del todo. Lo importante era enseñarnos a trabajar y a 'pasar trabajo'.

Con sólo 12 años tuve mi primera experiencia laboral. Fue unos meses después de iniciado el curso escolar 1973-1974, cuando vi interrumpidos mis estudios para marchar hacia la escuela al campo. Recién había comenzado el primer año de la carrera en la Escuela para la Formación de Maestros Primarios, en el municipio Batabanó, al sur de La Habana, a unos 30 kilómetros de mi pueblo natal, Güira de Melena.
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Con esa corta edad me preguntaba por qué dejábamos los libros para, en su lugar, coger la guataca, esa especie de azada que se utiliza en los campos de Cuba para quitar las malas hierbas y despejar las guardarrayas de los campos de caña. Pero, más aún , me cuestionaba que nos mandaran durante mes y medio a los campos cercanos al puerto pesquero ‘La Coloma’, en la provincia de Pinar del Río, a 250 kilómetros, cuando nuestra escuela estaba rodeada de lotes de tierra que también necesitaban de mano de obra.

Eran tiempos de decisiones inverosímiles, cargados de connotaciones ideológicas más que de argumentos que sopesaran la fija idea de formarnos como soldados más que como maestros. No sé, quizás entre los ideólogos del Ministerio de Educación había una corriente que se empeñaba en hacernos hombres modelo al estilo militar. Espero que no hayan querido apartarnos de nuestros padres, para independizarnos de cualquier atadura familiar que no se correspondiera con los patrones ideológicos establecidos. De lo que sí estoy seguro es de que no todos nuestros “viejos” veían con buenos ojos ese interés de tenernos tan distantes de casa.

Es cierto que, como afirmaba José Martí, “el trabajo es el aire y el sol de la libertad (...) el hombre crece con el trabajo que sale de sus manos (...) ventajas físicas, mentales y morales vienen del trabajo manual (...) trabajemos para la dignidad y el bienestar de todos los hombres”. En parte, combinar el estudio con el trabajo nos hacía bien, pero ¿a qué precio?...

La visita de los padres
Esta suerte de “destierro estudiantil” que al final terminábamos disfrutando (porque a esa edad las aventuras se agradecen), nos alejaba de nuestras casas, pero no de nuestros padres, quienes hacían un enorme esfuerzo para trasladarse, cada domingo, hasta ese remoto rincón. Mi padre tenía un camión con el que se dedicaba a cargar pasajeros (estudiantes y trabajadores), y cada semana lo ponía a disposición de los familiares de mis compañeros de aula. Sólo cobraba un módico precio para pagar la gasolina y los consabidos desgastes del viejo Ford 46.

Además de que iban cargados de ricas comidas caseras, las cuales terminábamos almorzando debajo de un árbol, los padres nos llevaban provisiones para toda la semana: desde galletas de sal y fanguito (dulce de leche condensada) hasta chicharritas (plátano macho frito), así como otras golosinas que resolvían como resultado de trueques o su compra en el mercado negro.
Era lindo ese encuentro semanal, porque quiera o no, necesitábamos del cariño de nuestros padres, aunque después las despedidas de aquellas tardes de domingo nos dejaran con el corazón roto. ¡Las veces que vi llorar a coro, y hasta una lágrima eché!

Pero más lástima daba los compañeros que se quedaban esperando por los suyos, pero no por eso dejaban de comer algo caliente. Además de que en la cocina del campamento preparaban alimentos para esos estudiantes que no habían recibido visita, al final todos terminábamos compartiendo nuestras reservas. A veces, algunos padres de colegas que vivían en lugares apartados, no conseguían en qué ir hasta La Coloma. El transporte público era deficiente, y en aquel momento se achacaba a la falta de piezas de repuesto como consecuencia del bloqueo de Estados Unidos. Argumento que sigue utilizándose hoy, 33 años después de aquella ‘escuela al campo’.

¿Éramos productivos?

Aunque había nacido en un municipio con muchos campesinos, y donde los guajiros con fincas abundaban, yo provenía de una familia obrera. El trabajo en el campo era algo nuevo para mí. Con aquella escasa edad, la dureza de las labores dejaba huellas. Las ampollas ardían en mis manos, estropeadas por la guataca que apenas sabía manejar. De productividad mejor no hablemos... No creo que nuestro rendimiento alcanzara para pagar los gastos que generábamos. Algún día saldrán a la luz esos datos que con tanto recelo guardan los archivos de la época. ¿Estarán aún clasificados esos documentos?

Y claro, con aquella inmadurez, propia de la edad, quién no hacía sus trastadas. Aunque la disciplina era férrea, todos hacíamos maldades a nuestros compañeros, sobre todo, durante aquellas noches en que se producían los acostumbrados apagones de la época. Recuerdos tengo muchos; algunos son como para no contarlos y otros como para volver a echarme a reír. Continuará...

sábado, 27 de enero de 2007

Cuando aprendí a leer y escribir

Vamos a estudiar
Mis recuerdos de la escuela primaria. Un recorrido por los años en que llevaba una pañoleta atada a mi cuello como señal de que era "pionero". Una manera de rememorar aquellos tiempos en que asistir a clases y aprender la lección se combinaba con el amor a la Patria y la fidelidad a la Revolución que me vio nacer, sin importar intereses personales o vocacionales.

Si bien mis padres cuando niños nunca estudiaron, porque por aquellos lares donde nacieron ni escuela había, de mayores sí aprendieron a leer y escribir durante la Campaña de Alfabetización, que lideró la Revolución durante sus primeros años. Aquel avance educacional tardío les serviría más adelante para animar a sus hijos con la idea fija de que la escuela nos guiaba hacia el futuro.

Con ese precepto que desde bien pequeño escuché decir a mis hermanos mayores, en septiembre de 1967 fui por primera vez a clases, aunque sin saber aún que en ese momento estaba comenzando a hacer realidad el sueño de mis padres. La escuela estaba en la misma calle, a unos 400 metros de casa, los últimos 200 de los cuales formaban parte de un tramo deshabitado, con palmeras a ambos lados y con una cuneta donde crecía la hierba mala y la gente echaba los desperdicios y la basura.

Seremos como el Che
La escuela era de reciente construcción: un edificio central de dos pisos, con amplias aulas de ventanales tipo Miami, y con un comedor enfrente rodeado de un patio grande, donde solían realizarse los matutinos, a las 8 de la mañana. En aquellos actos diariamente teníamos que cantar el Himno Nacional, saludar la bandera y responder, años más tarde, a la consigna de: ¡Pioneros por el Comunismo!, con la frase (a coro) de : “Seremos como el Che”.

Había que ser como el Che. Pero con tan escasa edad no teníamos ni idea de quien era Ernesto Guevara. Nos repetían la consigna hasta el cansancio, pero no recuerdo que nos hayan contado en alguna ocasión cómo era verdaderamente ese hombre. Lo soñábamos como un Dios, sin alcanzar a ver su dimensión como ser humano, compañero o padre. Lamentable, porque ése y otros tantos clichés propagandísticos acabarían propiciando el efecto contrario, es decir, el desinterés y el aburrimiento por lo repetitivo.

Eso sí, eran tiempos en que habían muy buenos maestros. De primero a cuarto grado recuerdo con cariño a Marina, Delia, Nereida, América y a Amparo como grandes docentes y, más tarde, en quinto a Jorgelina, y en sexto, a Osvaldo y a Daniel, como los profesores que nos enseñaron las asignaturas del saber más profundo como Física y Química, por poner algún ejemplo.

Rumbo equivocado
Ya en sexto grado, mi vida dio un giro inesperado cuando, sin conocimiento de causa, con sólo 11 años, acepté a ser captado para formarme como maestro primario emergente. Literalmente, me lavaron el cerebro y pudo más el embullo, el impulso y el compromiso de estudiante vanguardia que mis sueños vocacionales, porque desde pequeño había manifestado mi interés por el periodismo. Si no, pregúntenselo a mi tío Placido, él bien que lo sabe.

Meses después, con el inicio del curso escolar 1973-1974, empezaría mi carrera con tintes pedagógicos, en la Escuela de Formación de Maestros Primarios, ubicada en el municipio Batabanó, al sur de la provincia de La Habana, sin saber que aquella elección estaba muy lejos de mi verdadera vocación, que años más tarde descubriría en la radio base de la escuela ‘Presidente Allende’, en el municipio capitalino de Boyeros.

El primer año de la carrera fue duro. Con apenas 11 años tuve que becarme lejos de casa, a unos 30 kilómetros. Durante los primeros meses extrañaba muchísimo a mis padres y hermanos. La escuela estaba en un lugar bastante intrincado, al estilo de las unidades militares, con albergues distantes uno de otros, y en los que cada noche los mosquitos hacían su agosto.

El pase de fin de semana
El pase para ir el fin de semana a casa era la meta anhelada, así que había que hilar fino, mantenerse como un soldado, porque a veces cualquier indisciplina podía ser motivo para quedarte sin ver a la familia y sin comer la comida casera, esa que sólo las madres saben hacer.

Eran tiempos difíciles desde el punto de vista de abastecimientos, y lo que daban por la libreta de racionamiento apenas alcanzaba, así que los padres se las ingeniaban para guardar lo mejorcito para el menú de sábado y domingo. Me parece estar viendo a mi madre prepararme mis comidas favoritas, y lavando y planchando mis uniformes que, por cierto, en el primer año la camisa era de color crema y el pantalón de color café , y más tarde verde claro la camisa y verde oscuro el pantalón.

Al cabo de año y medio, mi vida de estudiante dio un giro esperado. Como lo habían prometido, nos trasladaron a una nueva escuela, la ‘Presidente Allende’, cuya inauguración fue en diciembre de 1974, meses después del golpe de estado en Chile y la muerte de Salvador Allende. La formación de maestros primarios era prioridad de la Revolución y ese centro docente tenía capacidad para 4500 estudiantes.

¿Llegué a graduarme de maestro primario? De eso hablaré más adelante. Antes, hay otras cosas que contar por el camino.

lunes, 22 de enero de 2007

Regresan los Reyes Magos

Día de Reyes en Cuba
Un repaso a los sueños infantiles ligados a los Tres Reyes Magos. Una reflexión sobre las ilusiones que traían los juguetes cada 6 de enero. ¿Por qué un día se dijo: "No más Reyes Magos"? ¿Cómo fueron para mí aquellos años en que Melchor, Gaspar y Baltasar nos dieron la espalda y dejaron de traernos puntualmente el regalo de Reyes? Una vivencia que sólo uno sabe su trasfondo, cuando los años pasan.

Recién regresé a Holanda de un viaje de vacaciones (familiares) a Cuba. Fue una estancia de 18 días, que incluyó Navidad, Fin de Año y Día de Reyes, tradición ésta última que pensé había quedado en el olvido de mi gente, cuando a finales de la década de los setenta, esa fiesta infantil muy popular en los países de habla hispana, se suprimió en la isla y, en su lugar, desde entonces se instituyó el 15 de julio como 'Día de los Niños'.

La estancia en Cuba me hizo recordar aquellos primeros años de mi niñez, en los que mis hermanos y yo esperábamos impacientes la llegada de los Reyes Magos y los juguetes soñados, que con tanto entusiasmo encontrábamos debajo de la cama cada 6 de enero al despertar.

Cuando se rompió la magia
Qué decir de la tristeza de los años posteriores cuando, de pronto, se rompió la magia y desaparecieron los Reyes Magos. Los pequeños pasamos a ser testigos de unas juntas barriales en las que de un bombo salían los nombres de cada jefe de núcleo (cabeza de familia de cada hogar), y en ese orden se establecían los 5 días para la venta de juguetes normados por la libreta de productos industriales: Uno básico, uno no básico y otro dirigido.

Aquella medida obedecía, en principio, a la compleja situación económica del país, a raíz del bloqueo económico impuesto por Estados Unidos, que no dejaba otra opción. El Ministerio de Comercio Interior estaba obligado a adquirir en China los juguetes y no todos podían ser de primera calidad, con lo que aumentaba considerablemente la desigualdad en la distribución. Me explico:
Estar encabezando la lista para comprar el primer día era como ganarse la lotería que, por cierto, ya por aquellos años había sido prohibida, más bien borrada de la ‘faz de la tierra’ cubana. Los juegos de azar eran cosa del pasado capitalista. Los que encabezaban la lista del sorteo, se llevaban la bicicleta, un bonito carro de bombero o el avión grande. En fin, muchas veces fui uno de los últimos y me tuve que conformar con un rompecabezas, unas canicas (juego de bolas) o unos palitos chinos.

¿Regreso de una ilusión?
Más de 30 años después, cuando casi no quedan rastros de Melchor, Gaspar y Baltasar, las tiendas cubanas que venden en ‘chavitos’ (CUC, moneda libremente convertible), estaban invadidas por padres e hijos para hacerse de un juguete. La prensa cubana reconocía el fenómeno. El rotativo Juventud Rebelde, señalaba por esos días “un progresivo aumento de la venta de juguetes en el primer fin de semana del año, mostrando el resurgimiento de la tradición de los Reyes Magos”.
Para Jesús García, investigador del Instituto de Filosofía de La Habana, las compras de regalos por el Día de Reyes muestran cambios en la cotidianidad del cubano. Según alertaba al periódico, "lo nocivo de la celebración de esta fecha sería convertir el cariño en mercancía y promover de una u otra forma las compras, en busca de maximizar ganancias en la actividad comercial".

El “rescate” de la costumbre se debe a que "Cuba no está aislada del mundo y por tanto también estamos signados por los efectos de la globalización y el consumismo”, manifestaba al diario Sonia Enjamio, del Departamento de Historia de la Universidad de La Habana. La académica cubana cree que la festividad no desapareció por completo. El conflicto a inicios de la Revolución entre el nuevo gobierno y la jerarquía católica , no sólo desembocó en una práctica discriminatoria contra los creyentes, sino que motivó la desaparición tanto de la festividad de los Reyes Magos, como de la Navidad y otras celebraciones religiosas. Según Enjamio, cumpliendo moralmente con esas medidas revolucionarias, “hubo familias, que fueron radicales y no continuaron celebrando esas festividades, pero hubo otro sector de la sociedad que continuó arraigado a la tradición".

Mas, como se sabe, todo cambió con el sorpresivo giro en la política oficial que, tras la vista del Papa Juan Pablo II, en 1998, reconoció explícitamente la libertad religiosa y restableció como feriado el 25 de diciembre, día de la Navidad.

Unos sí y otros no
Ese nuevo incentivo de las fiestas navideñas despertó las tradiciones dormidas, entre ellas el Día de Reyes. Así que el debate tomó fuerza. Citado por el mismo periódico de la juventud cubana, Dagoberto Rodríguez, profesor auxiliar del Departamento de Historia de la Universidad de La Habana, se mostró preocupado por el regreso de los Reyes Magos, porque la celebración refleja la desigualdad social en la isla. "Hay una diferencia elemental en el modo de vida de los que reciben remesas y los que no, así como el fenómeno de los nuevos ricos. Eso se plasma en las grandes diferencias entre los regalos", sostiene Rodríguez. Lo cual corroboré el 6 de enero pasado en La Habana.

Si bien sentí alegría al ver renacer parte de la magia de ese día, me puse en el "pellejo" de aquellos niños a los cuales sus padres no pudieron comprarle un juguete, porque sus salarios son en peso cubano y no tienen quien les envíe una pequeña remesa en moneda libremente convertible. Recordé entonces aquella descabellada manera de repartir los juguetes mediante un bombo cuando yo era niño. Si bien no era justa, al menos garantizaba que todos los niños tuviéramos tres juguetes normados.