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martes, 3 de diciembre de 2013

Cargados de jabas... camino a La Habana

Aquella tarde de domingo, allá por 1967, con apenas seis años, estaba a punto de ver realizado un primer sueño infantil. Dejaba por unos días la rutina del barrio y cambiaba las palmas y el verde de los sembrados por el asfalto y los edificios de La Habana. El Vedado, el sitio más emblemático de la capital, me daría la bienvenida. Junto a mis primos y tíos, viviría durante una semana el ambiente capitalino.

Costó trabajo que Mima y Pipo accedieran. Mis tíos María y Plácido se encargaron de convencerles de que serían las vacaciones que hasta ese momento nunca había disfrutado. La noche antes, me dormí pensando en que aquella iba a ser una semana inolvidable. Me levanté temprano para ir a casa de mis abuelos Luisa y Cheo, que vivían en el mismo barrio, en la calle final, a dos cuadras de mi casa y donde pernoctaban los fines de semana mis tíos habaneros. Muchacho al fin, comentaba a todos que me iría a conocer La Habana, la ciudad que hasta ese momento había visto sólo en revistas y, alguna que otra vez, desde el portal de Eloína, la única vecina del barrio que tenía televisor.

Aunque el viaje sería por la tarde, desde el mediodía ya mi equipaje estaba listo. Mima había cuidado cada detalle. La ropa, como siempre, estaba impecable. Mi madre presumía de tenerlo todo en orden, y mis pantalones y camisas lucían planchados como de tintorería. Mi padre procuró, por su parte, conseguir alguna que otra vianda para ayudar a mis tíos con mi alimentación. Eran años difíciles, de una austeridad increíble, y aunque entender yo no entendía nada, todos hablaban de que el bloqueo estadounidense se acrecentaba cada vez más y que comenzaban a escasear algunos productos de primera necesidad.

El Pegaso iba atestado
Cuando cayó la tarde y el fuerte sol comenzó a ceder, mis tíos y primos pasaron por mí. Me despedí de mi madre y mis hermanos, y Pipo nos llevó en su camión hasta la parada de ómnibus, por aquel entonces en el centro del pueblo, en la esquina de las calles Cuba y Manuel Landa, frente al restaurante Las Delicias. Hicimos la cola de los sentados para la ruta 75, porque el viaje era largo y como éramos tres niños, era peligroso ir de pie. Aunque estaba acostumbrado a viajar frecuentemente en el camión de mi padre, para ir a visitar a nuestra familia en pueblos y barrios aledaños a Güira, aquel trayecto en la 'guagua' fue todo una novedad. Recuerdo que hice el viaje un poco mareado, porque aquel ómnibus Pegaso iba atestado, el calor era agobiante y el camino estaba lleno de curvas.

La ruta 75 nos llevó hasta Santiago de las Vegas, municipio a medio camino de La Habana, que años más tarde conocería como la palma de mi mano, porque allí se fue a vivir mi hermana mayor, Mary, cuando se casó con un santiaguero, Rubén. En Santiago volvimos a hacer otra cola, esta vez para la ruta 76. Por suerte, ésta tenía aún un servicio bastante rápido y eficiente, por lo que en 20 minutos seguimos viaje hacia La Habana. La Fuente Luminosa, frente a la Ciudad Deportiva fue nuestro siguiente destino. Allí tomamos la ruta 27 y en cinco minutos más estábamos 'desembarcando' en la calle 26, entre 17 y 19.
Parecíamos 'jaberos'Llegamos cargados de jabas, como la mayoría de los que viajaban desde Güira. Estaba de moda ir a los municipios de La Habana campo a conseguir alimentos. Los llamados 'jaberos' se dedicaban al trueque de ropa o alimentos en conserva por viandas y vegetales. Era común que jabones, desodorantes y prendas de vestir compradas en la ciudad, fueran intercambiados por plátanos, frijoles y verduras. No era nuestro caso, porque afortunadamente, conseguíamos algunos productos agrícolas cosechados por nuestros familiares que eran dueños de fincas.

La llegada a La Habana fue casi al anochecer. Recuerdo que nos quitamos el 'churre' de encima, comimos y caímos rendidos en la cama. Terminaba así un día largo, pero novedoso y me esperaba otro lleno de aventuras. Continuará...

Soy de donde crece la palma

El guajiro cumple 53 años

Guajiro se le llama al campesino cubano, unas veces en tono despectivo; otras no. Pero, en sentido general, es un término que también se adjudica con cariño y del cual muchos se sienten orgullosos, entre ellos yo.

"Soy guajiro y carretero/ Y en el campo vivo bien/ Porque el campo es el Edén/ Más lindo del mundo entero... Yo trabajo sin reposo/ Para poderme casar/ Y si lo llego a lograr/ Seré un guajiro dichoso".

Siempre escucho con suma nostalgia esta famosa guajira de Guillermo Portabales, 'El carretero', porque en ella se sintetizan las cualidades de ese hombre pegado a la tierra y a quien siempre admiré.


Aunque no provengo de una familia campesina, sí nací hace 53 años rodeado de fincas con la tierra más roja que "ojos humanos han visto". Crecí viendo la riqueza del campo cubano, al sur de la antigua provincia de La Habana (hoy provincia de Artemisa), en el municipio Güira de Melena, cuya población, allá por la década de los sesenta, era de unos 25 mil habitantes.

Muy cercanos a mí vivían varios tíos y tías por parte de padre, quienes sí poseían un pedazo de tierra que cultivaban con tremendas ganas, y le sacaban cosechas muy abundantes, de las cuales se beneficiaba nuestra familia.

En ese ambiente del campo, con palmas reales por doquier, comencé a experimentar la necesidad de comunicarme más allá de mi nativo barrio 'La Vigía', por esa época con calles de más tierra roja que piedra. Así que no desaproveché ninguna oportunidad para 'engancharme' a todo aquel integrante de la familia que fuese de paseo al centro del pueblo. Mis andanzas iban desde recorridos por casas de familiares hasta periódicas visitas al cementerio municipal para llevar flores a los difuntos, en aquellos años una tía paterna, un tío político y posteriormente mi abuelo por parte de padre.

El legado de una tía
Aquellas caminatas casi siempre las hacía con mi tía Urbisia, por aquel entonces ya viuda, quien vivía a no más de 100 metros de mi casa. Fue ella la primera en contarme historias familiares, en enseñarme lo que hay más allá de las vocales, del abecedario y de los números del 1 al 10. Con ella aprendí que la vida tiene rincones insospechables, todos los que uno quiera hurgar. Me enseñó además que el destino se lo forja uno mismo y que nada es imposible. Su legado llenaría mis sueños y anhelos unos años más tarde, cuando nos dejara para siempre.

A la edad de 6 años, disfrutaba enormemente de aquellos paseos, los cuales también realizaba con el pretexto de acompañar, en alguna que otra aventura, a mis primas Emilita o Conchita, o para ser el chaperón de Olga, la segunda de mis hermanas cuando noviaba con mi cuñado Juanito. Con el paso de los años, a estos recorridos se sumaría mi hermana María Isabel quien, como yo, le tenía un cariño especial a tía Urbisia. Tali, como le llamaba de pequeña a la cuarta de mis hermanas, estaba ligada a mis andanzas familiares y, al igual que yo, era muy observadora de la realidad circundante, convencida de que no había límite en el horizonte.

Pero mi inquietud por conocer qué había más allá del perímetro de mi barrio y de mi pueblo, aumentaba cada fin de semana cuando veía llegar de La Habana a mis primos María Elena y Roberto junto con mis tíos María y Plácido. Un domingo de 1967 fue tanta mi insistencia, que mis tíos habaneros 'cargaron' conmigo. Ya era hora de conocer La Habana ciudad. Continuará...

viernes, 15 de marzo de 2013

El adiós a un amigo de mi infancia

No puedo y no quiero ser uno de aquellos que permanecen inmóviles ante los golpes de la vida. Se ha ido uno de mis mejores amigos de la infancia: Carlitos. La noticia me llegó esta mañana desde Cuba, pero tarde, porque su fallecimiento ocurrió hace unas dos semanas. Me dice mi hermana que no se enteró de su muerte hasta ayer. Y que lo lamenta, porque hubiese querido darle el último adiós en mi nombre.
La celebración de uno de los cumpleaños de Carlitos. De izquierda a derecha: Mi hermana María Isabel, yo, Carlitos, Miguelito, María del Carmen y Gregorito.
Carlitos era afable, sencillo, juguetón y comilón. La obesidad que siempre lo acompañó fue la causante de las enfermedades que acabaron con su vida a los 50 años. Le sobreviven su esposa y sus dos hijas, de las que se sentía orgulloso y a las que amaba con todas sus fuerzas.
Hoy he ido a encontrar consuelo en la canción de Alberto Cortez ¡Cuando un amigo se va’, que dedicara a su padre, a quien veía como su mejor amigo:

Cuando un amigo se va
una estrella se ha perdido
la que ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.

Allá por la década de los sesenta, su familia y la mía eran como una sola, en el barrio La Vigía, en Güira de Melena. Su mamá Adelaida (Ayita para los amigos), me adoraba. Era un ser extraordinario, con la capacidad de amar y recibir amor, y de mimarnos. Ella decía que yo era su hijo postizo. Y es que casi me adoptó. Cuentan que me vio llegar al mundo, y que antes de nacer Carlitos, ella me llevaba a su casa para que mi mamá atendiera a mis otros hermanos mayores e hiciera las tareas hogareñas.

Y de veras que Ayita era única, por su sencillez y su humildad, pero sobre todo por sus dotes de persona solidaria. A los 11 años dejamos el barrio, pero mantuvimos el contacto con todos ellos. Siempre que iba a Cuba de vacaciones pasaba a saludarla y conversar con Carlitos. Cuando su madre se nos fue hace unos diez años sentí pena de estar lejos y no darle un último adiós. Su muerte fue un duro golpe para él. Desde entonces la tristeza lo invadió hasta sus últimos días cuando varias dolencias acabaron con su vida.

Cuando un amigo se va
se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar
porque el viento lo ha vencido.
 
¡En paz descanse!

martes, 9 de febrero de 2010

La permuta

Fue como arrancarnos de nuestras raíces

En Cuba las viviendas siguen siendo "propiedad privada" pero no se pueden comprar ni vender. Tras el triunfo revolucionario, la llamada Ley de Reforma Urbana posibilitó que muchos cubanos fueran propietarios de sus casas o que pagaran una módica suma mensual al Estado, como les ocurrió a mis padres a principios de la década de los 60.

Vivíamos en una casa con paredes de tabloncillo y techo de guano (hojas de palmeras). Un día de 1972, dejamos para siempre ese hogar que me vio nacer y en el cual nos criaron a los seis hermanos. Como resultado de una permuta, única manera de cambiar de casa, pasamos a vivir a otra con techo de tejas. Mi hermana María Isabel y yo fuimos los que más sufrimos este cambio de barrio.

Mis padres habían decidido dar un nuevo aire a sus vidas y querían empezar por mudarse de barrio. Aquel día de la mudanza lo tengo registrado en la memoria con lujo de detalle. Al menos para María Isabel y para mí, aquella permuta fue como arrancarnos de nuestras raíces. Con 9 años ella y 11 yo, estábamos asistiendo a un cambio brusco de nuestras vidas.

Dejábamos el reparto ‘La Vigía’, con casas de madera, mayormente construidas en forma de bohío con techo de guano, aunque por aquellos años ya sus calles habían sido asfaltadas. El nuevo barrio era más moderno, con casi la totalidad de sus viviendas de mampostería y con techo de placa; excepto algunas, entre ellas la nuestra, que era de madera, pero con techo de tejas. Esa era la diferencia fundamental.

Tanto María Isabel como yo echaríamos de menos a nuestros amigos de toda la vida: Fidelito, Carlitos, Miguelito, Tonito y María del Carmen. Ellos, junto a nuestros primos más cercanos Barbarita, Alberto y Andresito, habían sido nuestros compañeros inseparables. Nuestros juegos de entonces estaban basados en el respeto mutuo. Toda aquella pirámide de relaciones de la infancia se hacía añicos. Pensábamos que era algo irreparable. Afortunadamente, no pasaron muchos días cuando empezamos a hacer buenas migas con los niños del nuevo barrio.


Reparos por el cambio de casa
Mi hermana menor, Gisela, con 4 años, no se enteraba de aquel jaleo. Mis otros hermanos mayores que yo, Olga y Pepe, no tenían reparo con el cambio de casa. Mas sí mi hermana mayor, Mary, que por entonces ya estaba casada y vivía aparte de nosotros. De regreso de un viaje a Canasí, donde vivía parte de la familia de su esposo, Mary fue a visitarnos y quedó tristemente sorprendida. Si bien el barrio era mejor que el otro, la casa dejaba mucho que desear. Según ella, esta otra vivienda estaba casi en peores condiciones que la anterior, que era más amplia y ventilada. Para empezar, esta de la avenida 95 era accesoria, es decir, eran dos viviendas adosadas, con ventanas a un solo lado. Eso sí, en el patio _aunque más pequeño que el anterior_ afortunadamente mi padre podía guardar su camión.

En realidad, mis padres querían mejorar la casa, renovarla lo antes posible y, con el paso de los años, poco a poco lo lograron. En parte, gracias a un dinero que nos ‘cayó’ del cielo. A Pipo, como a todos sus hermanos, le gustaba jugar ‘la bolita’, una especie de lotería ilegal que siguió activa a pesar de que una de las primeras medidas del Gobierno Revolucionario había sido la prohibición de los juegos de azar. Lo cierto es que mi papá le había puesto un peso al 25 combinado con el 38 y como resultado de ese parlé, llegaron aquellos 1800,00 pesos cubanos.
El juego es parte de la idiosincrasia del cubano y, hoy día,
los cubanos siguen jugando a pesar de los riesgos.
Esa lotería se ha convertido en el pasatiempo nacional.
De manera clandestina se escucha la rifa desde
Colombia, Venezuela o desde el mismo Miami.
Hay personas que fungen como bancos y pagan
a los premiados mediante las cadenas de
listeros que se encargan de recoger las apuestas.
Y fuimos propietarios

Tenía yo unos 15 años cuando la casa quedó totalmente renovada. Por casualidades de la vida, cayó en mis manos un artículo de una revista en el que se reconocía que otras de las primeras medidas del Gobierno Revolucionario había sido exonerar de pago a aquellos inquilinos de viviendas con techo de guano. Entonces, con todo el derecho que me daba la ley, me personé en la oficina municipal de la Reforma Urbana y reclamé lo que nos pertenecía: la propiedad de la vivienda. Por desconocimiento de mis padres y por error de los funcionarios, durante 12 años habíamos estado pagando el alquiler de una casa considerada bohío.

Mi petición fue llevada a la dirección provincial de la Reforma Urbana y las autoridades se vieron en la obligación de otorgarnos el título de propiedad de la nueva casa. Fue mi primera victoria. Contaba mi padre que el entonces director de la oficina municipal de Güira de Melena le había dicho: “Tú hijo tiene tremendas espuelas; es un gallito de pelea, ha sido muy valiente , y su actitud una enseñanza para nosotros”.

lunes, 11 de enero de 2010

Adiós a Plácido Fernández (El Chino)

Su nombre, Plácido, del latín placĭdus significa quieto, sosegado y sin perturbación; grato, apacible. Así era El Chino, como cariñosamente le llamábamos los más allegados. Sus padres no se equivocaron al bautizarlo e inscribirlo como Plácido siguiendo la tradición del Santoral, en honor a San Plácido, monje, mártir y santo cristiano cuya festividad se celebra el 5 de octubre. Nuestro Plácido vivió 80 años consecuente con el significado de su nombre.

Plácido nació en el campo y del campo se nutrió. Desde pequeño ayudó a sus padres y hermanos, primero como bodeguero y después, como pudo, desde La Habana, a donde fue a parar en sus años mozos en busca de nuevos horizontes. Allí se estableció para siempre, los primeros años como conductor de la ruta 57 y luego como tabaquero. Pero jamás cortó con sus raíces con Güira de Melena, tierra que amó y que ahora lo acoge para siempre.

En Güira Plácido Fernández conoció el amor de su vida, María Roque, junto a quien formó una bella familia, ejemplo para muchas otras e inspiración para los más jóvenes al crear la prole siguiendo su actuar. El amor cobijó a Plácido y María durante 51 años de casados. Fruto de aquel matrimonio vinieron al mundo sus dos hijos entrañables María Elena y Roberto, por los que echó p’lante hasta verlos convertidos en grandes profesionales, de los que se sentía orgulloso.

Un hombre especial

El Chino fue un hombre respetuoso, honesto, cariñoso, solidario. Entrañable hijo, adorado hermano, excelente yerno. Un cuñado encantador, un amigo sincero, un esposo fiel y un abuelo especial. Orgulloso vivía de sus nietos, los de sangre y los postizos que se le fueron sumando.

El Chino era conversador. Sabía charlar sobre temas interesantes, y estaba siempre dispuesto a intercambiar ideas y abierto a escuchar los problemas de los otros, para los cuales tenía a mano una solución o la experiencia de los años vividos. Me consta.

Siempre fue luchador. Somos testigos de sus maratónicos viajes a Güira cargando jabas en las rutas 75 y 185 y en la guagüita de los médicos para garantizar la comida a su familia. Tras su jubilación, esa búsqueda del pan de cada día se convirtió en su obsesión. Eso lo mantenía activo. Era previsor, visionario. Nunca las cosas lo cogieron por sorpresa.

Los que estamos lejos
Este es el adiós de los que hoy estamos lejos, empezando por su hijo Roberto, su nuera Emma y sus nietos Carlos Manuel y David en Viena, y pasando por su sobrino Tony en Nueva York, sus otros sobrinos en el exterior, mis hermanas Mary y María Isabel en Miami, y terminando por mi esposa Taty, mis hijos Juan Carlos y Víctor Manuel, y yo, en Holanda.

Hubiéramos querido estar allí, para darle nuestro último adiós, pero la distancia se acorta con estas palabras sobre papel. El representa mucho para todos nosotros. Seguirá en nuestros pensamientos y en nuestros corazones, porque como decía nuestro Apóstol José Martí: La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. Y Plácido, El Chino, nos deja el legado de una obra que contiuará viva en todos nosotros.

¡Adiós Pipo!, ¡Adiós Abuelo!, ¡Adiós Chino!

lunes, 18 de mayo de 2009

¡La Alta Casa de Estudios me abrió las puertas!

Mi vocación era otra

Me parece estar tocando a la puerta de la secretaría general de la Escuela Pedagógica ‘Presidente Salvador Allende’, en el municipio habanero de Boyeros. Aquella mañana de julio de 1976 me entregaron mi expediente escolar y la carta con la que se oficializaba mi baja de ese centro docente. Ese cuarto año de la carrera de magisterio me había dado la posibilidad, con sólo 15 años, de rectificar mi orientación vocacional.

Durante ese curso escolar 1976-77, en que tuve mi primera práctica como maestro frente a un aula de primer grado, me convencí que lo mío no era la docencia y que, sin lugar a dudas, el periodismo había tocado a mi puerta, y de qué manera. Durante los tres años anteriores, mientras estuve recibiendo las clases y formándome como maestro emergente (empecé la carrera a los 12 años), me fui acercando al arte de hacer radio, con mis frecuentes apariciones en la radio base de la Escuela Pedagógica. Aquella experiencia juvenil me despertó la curiosidad por descubrir cosas más allá de las frecuencias radiales y el éter.

Con aquella escasa edad y con sólo décimo grado terminado, tenía que buscar la manera más factible de enrumbar mi destino. Terminar el 11 y 12 grados en una Escuela Preuniversitaria en el Campo no me daba ninguna seguridad para matricular la carrera de Periodismo, que siempre contaba con pocas plazas y era muy discutida entre los estudiantes.

No me quedó más remedio que apelar a mi vocación. Como no tenía edad laboral, comencé a trabajar de manera voluntaria en el departamento de Finanzas de la UJC de Güira de Melena para, de esta forma, acceder a la Facultad Obrero Campesina del municipio Alquízar, en el curso para trabajadores, única manera de terminar la enseñanza preuniversitaria.

Mientras, trabajaba y asistía a las clases de jueves y sábados, y las combinaba con la función de corresponsal voluntario de Radio Ariguanabo. En esa emisora recibí el apoyo de Marta, Magaly Pérez, Freddy Díaz y Eliza Franchi-Alfaro y otros colegas, que me enseñaron el ABC del periodismo y me estimularon a continuar mis estudios superiores.

Aquel ejercicio del periodismo me proporcionó la práctica necesaria como para salir del ámbito regional y enviar mis informes a Radio Reloj, la emisora del tiempo y las noticias. A él le debo enseñanzas como profesional de la palabra. Con su labor motivó en mí y muchos otros corresponsales, el amor por esta profesión.

Hasta en los periódicos Granma y Juventud Rebelde llegué a publicar informaciones que se generaban en el municipio. Fue así que me di a conocer en el medio, y hasta un programa juvenil llegué a producir y presentar junto a Mayda González, en mi querida Radio Ariguanabo.

Una vez terminada la Facultad Obrero Campesina, me presenté en la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana, por aquel entonces en la esquina de Zapata y G, en la Facultad de Artes y Letras. Hasta allí fui con avales de Radio Ariguanabo y Radio Reloj y solicité la carrera de Periodismo (curso para trabajadores). El vínculo laboral de manera permanente con un medio era primordial. Yo lo estaba, pero no de manera fija. Pero tuve suerte. Otorgaron 60 plazas; yo fui el 58 en la lista. ¡La Alta Casa de Estudios me abrió las puertas! Continuará…

miércoles, 19 de marzo de 2008

¡Feliz cumpleaños mi hermano!

José Alberto (Pepe) a sus 53 años

Mi hermano José Alberto (Pepe) debe, al menos, su primer nombre a San José. Obvio si nació en medio de la celebración de las históricas berbenas en honor a este Santo, patrón de Güira de Melena, municipio de donde somos oriundos los Roque García.

José significa "Dios me ayuda". De San José únicamente sabemos los datos históricos que San Mateo y San Lucas nos narran en el evangelio. Su más grande honor es que Dios le confió sus dos más preciosos tesoros: Jesús y María.

A San José, le dicen el santo del Silencio. Es un caso excepcional en la Biblia: un santo al que no se le escucha ni una sola palabra. No es que haya sido uno de esos seres que no hablaban nada, pero seguramente fue un hombre que cumplió aquel mandato del profeta antiguo: "Sean pocas tus palabras". Quizás Dios ha permitido que de tan grande amigo del Señor no se conserve ni una sola palabra, para enseñarnos a amar también nosotros en silencio. "San José, Patrono de la Vida interior, enséñanos a orar, a sufrir y a callar".

De mi hermano sé mucho más. En sí se parece un poco a San José porque es igual de silencioso, pero después de grande, porque cuentan que de niño era un remolino. Y yo recuerdo que de adolescente era "candela", en el mejor sentido de la palabra. Quiero decir que le gustaba el peligro, era aventurero. Lo mismo se ponía los patines y se colgaba detrás de una carreta de caña... que se salía de casa en dirección de la escuela... y ojos que lo vieron ir...

Si bien en su etapa juvenil Mima y Pipo pasaron trabajo con él, con el paso de los años mi hermano Pepe sentó cabeza. A él le interesaba más la mecánica y estar encima del camión Ford 46 de mi papá que ir a la escuela. De hecho aprendió a manejar el carro con 13 o 14 años. Y ahí me ganó, porque yo vine a tener un timón en las manos a los 35 años.

Aquellos pasajes de la adolescencia quedaron en la historia. Luego, durante los tres años que estuvo en el Servicio Militar Obligatorio, mantuvo en vilo a mi mamá, que no soportaba la idea de que estuviera tan lejos. Si mal no recuerdo, una etapa del reclutamiento fue en Camagüey, a 650 kilómetros de La Habana. Después de todo, aquello de estar siempre encima del camión de Pipo, le sirvió para prestar sus servicios de chofer en la Unidad Militar a la que pertenecía.

Cuando contrajo matrimonio con Librada Hernández vivió la primera etapa de la relación en casa de mis padres, hasta que consiguió que le asignaran una de las habitaciones de una escuela rural en desuso, a la que el Ministerio de Educación de Güira convirtió en viviendas para sus trabajadores. Por entonces Pepe era chofer de un funcionario de Educación, y después pasó a manejar un ómnibus escolar.

Luego de vivir unos cuantos años en medio del campo, muy cerca de la costa, aguantando los mosquitos de la costa sur y cuando ya se había acostumbrado al agua salobre de esa región, regresó a Güira y estableció su residencia. Hoy disfruta de un techo digno, gracias a su esfuerzo y el empujón de sus hermanos, sus sobrinos y su hija que, desde el exterior, le han dado una mano.

Su hija primogénita, Katia, nació en 1977. Quiere decir que fue padre a los 22 años. Ahí también me supera, porque yo recién me convertí en papá a los 28 años. Su segunda hija, Kenia, vino al mundo en 1981. Si loco de felicidad estaba con sus dos niñas, cuando llegó su primer nieto, Luisito, en el año 2000, navegó en un océano de alegría. Había llegado el varón que tanto esperaba.

Hasta a Holanda vino a hacerme la visita. Eso fue en el 2001. Había que verlo. Qué manera de disfrutar este paseo por el país de las flores, del queso y de los molinos.

Para mí fue una alegría inmensa tenerlo en mi casa, recordar aquellos tiempos de la infancia, aquella convivencia en familia junto a Pipo y Mima, a quienes ya por esa época habíamos perdido. Entre recuerdos del pasado y vivencias del presente, Pepe se llevó de Holanda unos días diferentes en su mochila de la vida.

Al cabo de los años, su hija Katia emigró a los Estados Unidos. Y tanto a él como a su esposa, el mundo se les derrumbó. Aquella partida destrozó sus vidas. Pero Dios es grande, y al cabo de un tiempo, su hija Kenia les devolvió otra vez la alegría. Nació su nieta Katy, que lo tiene también como un abuelo chocho. Y para premio, la visita de su nieto Luisito junto a sus padres. Así que después de todo, ha vuelto a ser un abuelo feliz.

Hoy, 19 de marzo, cuando cumple sus 53 años, vienen a mis recuerdos las andanzas de cuando niño. Me lleva 6 años, así que alcancé a jugar de manos con él. Y sí, era un remolino, pero también un remolino de cariñoso. Siempre supo ganarse el cariño de sus cinco hermanos, que nos desvivimos por él. Como San José, silencioso, poco expresivo, introvertido, pero con un corazón muy grande, que late al ritmo del bien y la justicia.


Datos estadísticos:
Tienes 53 años
Has nacido un sábado en un frío día de invierno
Desde que naciste han pasado 19359 días
Desde que naciste han pasado 636 meses
Desde que naciste han pasado 2765 semanas
Cumplirás años de nuevo dentro de 365 días
Tu signo en el horóscopo chino: Cabra
Tu signo del zodíaco: Piscis Tu planeta: Neptune y Júpiter
Tu color: Turquesa, verde mar Tu piedra: Aguamarina
Tu número base de nacimiento: 6

viernes, 21 de septiembre de 2007

A 28 años de su muerte, sigue entre nosotros

Urbisia: Una tía especial

Este 21 de septiembre se cumplen 28 años del fallecimiento de mi tía Urbisia, nacida el 1 de abril de 1913. Hija de José y María Luisa, es la tercera de 12 hijos. Contrajo matrimonio con Emiliano Marrero y tuvo una hija, Margot. Quiso con locura a sus nietos Humberto y María del Carmen y sus bisnietos. A sus padres, hermanos y sobrinos dedicó su vida cuando enviudó a principios de la década del 60.

El legado de una tía

En la segunda foto posa junto a la baranda. Sentada está su hermana Agueda y su nieto Humberto.

Tía Urbisia vivía a no más de 100 metros de mi casa. A la edad de 6 años, yo disfrutaba enormemente de los paseos con ella, por aquel entonces ya viuda. Aquellas caminatas casi siempre eran al centro del pueblo o al cementerio, a llevarle flores a sus seres queridos.

Fue ella la primera en contarme historias familiares, en enseñarme lo que hay más allá de las vocales, del abecedario y de los números del 1 al 10.

En esta tercera foto aparece con su yerno Francisco y su nieto Humberto, al parecer en la finca de uno de mis tíos.

Con tía Urbisia aprendí que la vida tiene rincones insospechables, todos los que uno quiera hurgar. Me enseñó además que el destino se lo forja uno mismo y que nada es imposible. Su legado llenaría mis sueños y anhelos unos años más tarde, cuando nos dejara para siempre.

En la foto aparece junto Florentino, el tercero de sus hermanos.

Con el paso de los años, a estos recorridos a los que hago mención, se sumaría mi hermana María Isabel quien, como yo, le tenía un cariño especial. Tali, como le llamaba de pequeña a la cuarta de mis hermanas, estaba ligada a mis andanzas familiares y, al igual que yo, era muy observadora de la realidad circundante, convencida de que no había límite en el horizonte.


Urbisia era muy dispuesta. Ayudaba a todos sus hermanos y vecinos. Era muy popular en el barrio y la conocía media Güira de Melena. Cuando la acompañaba al centro del pueblo, era saludada por muchos transeúntes.

Aunque aparece muy seria en la foto, tía Urbisia era muy jovial, alegre, entusiasta. Esta instantánea es en el cumpleaños de uno de sus nietos.

Por donde quiera que pasaba dejaba su sabia y su espíritu de conciliación ante los problemas de sus familiares y parientes.

Nunca voy a olvidar aquella frase de ella cuando se despedía después de hacer una vista: "Ya estoy llegando", en referencia a que estaba apurada y se le hacía tarde.

miércoles, 2 de mayo de 2007

La llegada de mi primera sobrina

En 1971, cuando yo tenía 10 años, nació mi primera sobrina, Viviam. Eran tiempos en que las jóvenes preferían el matrimonio antes que llevar una relación vigilada estrictamente por los padres. Mi hermana Olga no fue la excepción.

Olga, con 15 años, junto a Mima y Pipo
Juanito, el bodeguero de la esquina, le había tirado el ojo a la tercera de mis hermanas, que desde los 13 años ya mostraba un cuerpo de mujer.

De pronto, me llamó la atención que aquél joven empleado de comercio comenzara a visitar mi casa con regularidad. No tardé mucho para darme cuenta que el mencionado bodeguero ya empezaba a ser uno más en la familia.




Noviazgo a la vieja usanza


Mi hermana Olga y su novio Juanito se sentaban a 'noviar' en la sala, y frente a ellos, mi madre, que vigilaba todo movimiento en falso de la pareja. Mis padres no habían evolucionado mucho en relación con los noviazgos, y me temo que aplicaron la misma receta de mis abuelos, a la usanza de los años 50. ¿Resultado? Olga contrajo matrimonio a los 14 años. Y su foto de 15 fue con su hija Viviam en los brazos. Adiós estudios, adiós futuro... ¡Qué tiempos aquellos!



La llegada de mi sobrina revolucionó nuestra casa de la calle 78, entre 103 y 105, en el reparto ‘La Vigía’, en Güira de Melena. Sus padres habían contraído matrimonio, pero se quedaron viviendo con todos nosotros, de ahí que mis hermanos y yo viviéramos cada detalle de lo que es ser tío en vivo y en directo y a tan escasa edad. Mi hermana Gisela, por ejemplo, por aquel entonces tenía tan sólo 4 años.


 
‘El que se casa, casa quiere’, pero en Cuba ese viejo refrán ha sido siempre sólo una aspiración, porque el mercado de la vivienda se estancó desde los años iniciales de la Revolución. Desde que tengo uso de razón, en este sector la oferta ha superado siempre a la demanda.

Convivencia a la cubana
Así que, la imposibilidad de conseguir una vivienda, obligó a Olga y a Juanito a residir durante varios años con mis padres y mis hermanos José Alberto (Pepe), María Isabel y Gisela, y yo. Una de las habitaciones fue destinada a la nueva pareja, y a su primera hija. Aunque llegaron a tener cocina separada, las dos casas fruto de una división, estaban interconectadas. La pequeña pasaba la mayor parte del tiempo en la parte principal de la casa, con sus abuelos y tíos.

Mis padres estaban cluecos con Viviam, que era su primera nieta. Recuerdo que aquella convivencia fue tan estrecha que al cabo de varios años, cuando Olga y Juanito se independizaron y se fueron a vivir a otra casa, mi sobrina primogénita se negó a mudarse y se quedó bajo la tutela de mis padres.
Al punto que, hoy día, ella se siente más la hermana menor de todos nosotros que sobrina.


Familia numerosa

Olga y Juanito tuvieron después a Osvaldo, Olga Lidia y Ana Iris. Con los años esa familia ha ido creciendo. A Olga le encantaban las canastillas y sus hijas han seguido sus pasos en materia de reproducción. Viviam tiene tres hijas (Dudleys, Claudia y Adelis); Olga Lidia también ha sido muy productiva, con tres hijos (Yanelis, Juan Junior y Ana Isabel); Ana Iris tiene dos hijos (Yahima y Randy), y Osvaldo es padre de una niña (Leydis) y de otro en camino.

Cada vez que visito Cuba me veo siempre en problemas, porque son tantos los sobrinos, que no sé como complacerlos a todos. Cuando se reúnen en la casa que fuera de mis padres, sólo con el familión de mi hermana Olga, se puede hacer una gran fiesta. La foto familiar de hace unos diez años no deja duda, aunque cuatro de ellos viven ahora en Miami.

lunes, 19 de marzo de 2007

San José

19 de marzo, día del patrón de mi pueblo

El Día de San José, lo que cuatro o cinco décadas atrás era motivo de fiesta en mi pueblo natal, Güira de Melena, se ha celebrado, como es costumbre desde entonces, con una reducida misa.

Recuerdos borrosos de mi niñez me trasladan a aquellos años a mediadios de la década de los '60, cuando tenían lugar las famosas verbenas de San José. Lamentablemente esos festejos tradicionales, enmarcados en una tradición religiosa, fueron desplazados por la "Fiesta de la papa" que, desde entonces, tiene lugar a inicios de marzo para celebrar la cosecha papera.

De seguro que dos fiestas seguidas es demasiado gasto para el gobierno local. Bien que podrían ir pensando en fusionar ambos motivos y recuperar una tradición de antaño, a pesar de su marcado tinte religioso, ajeno a la idelogía actual.

Modelo de padre y esposo, patrón de la Iglesia universal y de la Güira de Melena, de los trabajadores, de infinidad de comunidades religiosas y de la buena muerte, San José es venerado por cientos de fieles güireños y de poblaciones cercanas.

A San José, Dios le encomendó la inmensa responsabilidad y privilegio de ser esposo de la Virgen María y custodio de la Sagrada Familia. Es por eso el santo que más cerca esta de Jesús y de la Stma. Virgen María. Nuestro Señor fue llamado "hijo de José" (Juan 1:45; 6:42; Lucas 4:22) el carpintero (Mateo 12:55).

Tal como ocurre desde hace 3 años, la ceremonia religiosa no ha podido celebrarse en la Iglesia del parque, sino en una sala improvisada en los jardínes de la residencia del cura local.

En septiembre de 2004, durante el paso del huracán Iván, la Casa de Dios sufrió considerables daños. La Iglesia perdió su techo de madera y tejas, por lo que fue cerrada al público. Posteriormente se inició su reparación capital, que aún está en proceso.

Un poco de historia
Güira de Melena se fundó en 1779, año en que el marqués Cárdenas de Monte Hermoso, dueño de la hacienda de este nombre, repartió parte de sus tierras entre algunos labradores, quienes levantaron sus viviendas y construyeron una iglesia de tabla y guano. En 1806 la iglesia fue reedificada de mampostería y teja. En 1840, con el aporte de los vecinos se construyó el cementerio con su capilla anexa.

Durante la Guerra de Independencia, en 1896 el pueblo fue atacado por las fuerzas libertadoras de Máximo Gómez y Antonio Maceo, que vencieron a las españolas. Al ocuparlo, los mambises quemaron la iglesia y el ayuntamiento y con ello los archivos de ambos. En aquel entonces su población era de aproximadamente 500 habitantes. Actualmente Güira de Melena tiene 37. 890 habitantes y su extensión territorial es de 177 kilómetros cuadrados . Es un municipio inminentemente agrícola, de tierras rojas muy fértiles.

jueves, 8 de febrero de 2007

† Cuando una tía se va

Adiós tía Águeda
La muerte, con su impecable misterio, deja huellas imborrables. Esta semana ha tocado de nuevo a mi puerta, para llevarse a una de las tías más queridas: Águeda. Murió repentinamente, de un ataque al corazón, tal como le ocurrió a mi abuelo paterno, hace ahora 38 años y, más recientemente, a mi papá, en junio de 1999.

Tenía siete años cuando murió mi abuelo Cheo. Fue el 25 de febrero de 1968, un día tan frío en Güira de Melena que hasta la hierba de los campos amaneció con escarcha. Según cuentan algunos testigos, durante la madrugada de su velatorio, se repitió ese intenso frío del día anterior y el termómetro registró 0 grado. Mis tíos tuvieron que cerrar las puertas y refugiarse en el interior de la funeraria.

Los nietos más pequeños, entre ellos yo, estuvimos bien cuidados por mi madre, quien esa noche regresó de la funeraria con una honda tristeza, porque ella y mi abuelo se tenían un cariño especial. La pobre, no dejaba de pensar en mi padre y en lo que iba a significar aquella pérdida para él, sus hermanos y su madre.

La cultura de la muerte
Familia numerosa al fin -12 hijos-, los Roque-Rodríguez, al tiempo que veían crecer su familia, comenzaban a enfrentar los sucesivos fallecimientos de hermanos y hermanas. La cultura de la muerte invadía sus vidas. Todos se mostraban seguidores de los patrones del luto a la usanza de entonces. Mis padres, por ejemplo, eran fieles guardianes de esos dictámenes heredados de generación a generación.

Mi madre, además de vestir ropa de luto o medio luto, prohibió que en casa se escuchara música. Guardo el recuerdo sonoro de aquellos años, monótono, por cierto, porque la radio estuvo sintonizada durante mucho tiempo en Radio Reloj, la única emisora cubana que difunde las noticias y la hora cada minuto, durante las 24 horas del día. (Esa radio no trasmite música ni grabaciones; el único sonido que se escucha al sintonizarla es el tic tac de las frecuencias de un reloj y las voces de los locutores).

Años más tarde, en 1974, tras el fallecimiento de mi abuela paterna, María Luisa, mi madre nos privó de ver la TV a mis hermanos y a mí. Pobre de nosotros, porque sufrimos su arraigo a unas normas demasiado estrictas para la época. Con el paso del tiempo, mi primo Roberto, hijo de mi tía María (la más pequeña de las hermanas de mi papá y la única que se fue a vivir a ciudad de La Habana), me confesó que ella sí les permitió ver la televisión. Eso sí, con el audio bajito. Nosotros, quizás porque estábamos en un pueblo de campo, con una mentalidad más atrasada, terminamos viendo el popular programa de ‘Aventuras’ en la sala de algún vecino.

El luto se lleva dentro
Con el paso de los años y la muerte de otros miembros de la familia, comencé a valorar más la vida. Aprendí que el luto se lleva dentro y que lo mejor es demostrar el amor y el cariño todos los días y no cuando la muerte nos arrebata a un ser querido. En parte, esa filosofía me la inculcó mi tía María, con un pensamiento mucho más abierto.

Las veces que fui al cementerio acompañando el cortejo fúnebre de varios familiares... y las otras que llevé flores a los difuntos de mi familia. Pero en los últimos 11 años, mi ‘exilio profesional’ (vivo y trabajo en Holanda) me ha impedido estar allí para darle el último adiós a mi madre (64 años), en 1996; a mi padre (70) en 1999; a mi tío Eusebio (85) en el 2003, y ahora a tía Águeda, fallecida el 2 de febrero, a la edad de 73 años. Ese es el precio que pago al estar lejos de la tierra que me vio nacer y al distanciarme justificadamente de una familia tan unida.

Este fin de semana mi esposa y yo hemos recordado a tía Águeda. Le dedicamos unas flores y le encendimos una velita. Su ternura, su alegría, su amor por la familia y su lucha por los suyos seguirán alimentando nuestros sentimientos.