martes, 3 de diciembre de 2013

Soy de donde crece la palma

El guajiro cumple 53 años

Guajiro se le llama al campesino cubano, unas veces en tono despectivo; otras no. Pero, en sentido general, es un término que también se adjudica con cariño y del cual muchos se sienten orgullosos, entre ellos yo.

"Soy guajiro y carretero/ Y en el campo vivo bien/ Porque el campo es el Edén/ Más lindo del mundo entero... Yo trabajo sin reposo/ Para poderme casar/ Y si lo llego a lograr/ Seré un guajiro dichoso".

Siempre escucho con suma nostalgia esta famosa guajira de Guillermo Portabales, 'El carretero', porque en ella se sintetizan las cualidades de ese hombre pegado a la tierra y a quien siempre admiré.


Aunque no provengo de una familia campesina, sí nací hace 53 años rodeado de fincas con la tierra más roja que "ojos humanos han visto". Crecí viendo la riqueza del campo cubano, al sur de la antigua provincia de La Habana (hoy provincia de Artemisa), en el municipio Güira de Melena, cuya población, allá por la década de los sesenta, era de unos 25 mil habitantes.

Muy cercanos a mí vivían varios tíos y tías por parte de padre, quienes sí poseían un pedazo de tierra que cultivaban con tremendas ganas, y le sacaban cosechas muy abundantes, de las cuales se beneficiaba nuestra familia.

En ese ambiente del campo, con palmas reales por doquier, comencé a experimentar la necesidad de comunicarme más allá de mi nativo barrio 'La Vigía', por esa época con calles de más tierra roja que piedra. Así que no desaproveché ninguna oportunidad para 'engancharme' a todo aquel integrante de la familia que fuese de paseo al centro del pueblo. Mis andanzas iban desde recorridos por casas de familiares hasta periódicas visitas al cementerio municipal para llevar flores a los difuntos, en aquellos años una tía paterna, un tío político y posteriormente mi abuelo por parte de padre.

El legado de una tía
Aquellas caminatas casi siempre las hacía con mi tía Urbisia, por aquel entonces ya viuda, quien vivía a no más de 100 metros de mi casa. Fue ella la primera en contarme historias familiares, en enseñarme lo que hay más allá de las vocales, del abecedario y de los números del 1 al 10. Con ella aprendí que la vida tiene rincones insospechables, todos los que uno quiera hurgar. Me enseñó además que el destino se lo forja uno mismo y que nada es imposible. Su legado llenaría mis sueños y anhelos unos años más tarde, cuando nos dejara para siempre.

A la edad de 6 años, disfrutaba enormemente de aquellos paseos, los cuales también realizaba con el pretexto de acompañar, en alguna que otra aventura, a mis primas Emilita o Conchita, o para ser el chaperón de Olga, la segunda de mis hermanas cuando noviaba con mi cuñado Juanito. Con el paso de los años, a estos recorridos se sumaría mi hermana María Isabel quien, como yo, le tenía un cariño especial a tía Urbisia. Tali, como le llamaba de pequeña a la cuarta de mis hermanas, estaba ligada a mis andanzas familiares y, al igual que yo, era muy observadora de la realidad circundante, convencida de que no había límite en el horizonte.

Pero mi inquietud por conocer qué había más allá del perímetro de mi barrio y de mi pueblo, aumentaba cada fin de semana cuando veía llegar de La Habana a mis primos María Elena y Roberto junto con mis tíos María y Plácido. Un domingo de 1967 fue tanta mi insistencia, que mis tíos habaneros 'cargaron' conmigo. Ya era hora de conocer La Habana ciudad. Continuará...

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