lunes, 11 de enero de 2010

Adiós a Plácido Fernández (El Chino)

Su nombre, Plácido, del latín placĭdus significa quieto, sosegado y sin perturbación; grato, apacible. Así era El Chino, como cariñosamente le llamábamos los más allegados. Sus padres no se equivocaron al bautizarlo e inscribirlo como Plácido siguiendo la tradición del Santoral, en honor a San Plácido, monje, mártir y santo cristiano cuya festividad se celebra el 5 de octubre. Nuestro Plácido vivió 80 años consecuente con el significado de su nombre.

Plácido nació en el campo y del campo se nutrió. Desde pequeño ayudó a sus padres y hermanos, primero como bodeguero y después, como pudo, desde La Habana, a donde fue a parar en sus años mozos en busca de nuevos horizontes. Allí se estableció para siempre, los primeros años como conductor de la ruta 57 y luego como tabaquero. Pero jamás cortó con sus raíces con Güira de Melena, tierra que amó y que ahora lo acoge para siempre.

En Güira Plácido Fernández conoció el amor de su vida, María Roque, junto a quien formó una bella familia, ejemplo para muchas otras e inspiración para los más jóvenes al crear la prole siguiendo su actuar. El amor cobijó a Plácido y María durante 51 años de casados. Fruto de aquel matrimonio vinieron al mundo sus dos hijos entrañables María Elena y Roberto, por los que echó p’lante hasta verlos convertidos en grandes profesionales, de los que se sentía orgulloso.

Un hombre especial

El Chino fue un hombre respetuoso, honesto, cariñoso, solidario. Entrañable hijo, adorado hermano, excelente yerno. Un cuñado encantador, un amigo sincero, un esposo fiel y un abuelo especial. Orgulloso vivía de sus nietos, los de sangre y los postizos que se le fueron sumando.

El Chino era conversador. Sabía charlar sobre temas interesantes, y estaba siempre dispuesto a intercambiar ideas y abierto a escuchar los problemas de los otros, para los cuales tenía a mano una solución o la experiencia de los años vividos. Me consta.

Siempre fue luchador. Somos testigos de sus maratónicos viajes a Güira cargando jabas en las rutas 75 y 185 y en la guagüita de los médicos para garantizar la comida a su familia. Tras su jubilación, esa búsqueda del pan de cada día se convirtió en su obsesión. Eso lo mantenía activo. Era previsor, visionario. Nunca las cosas lo cogieron por sorpresa.

Los que estamos lejos
Este es el adiós de los que hoy estamos lejos, empezando por su hijo Roberto, su nuera Emma y sus nietos Carlos Manuel y David en Viena, y pasando por su sobrino Tony en Nueva York, sus otros sobrinos en el exterior, mis hermanas Mary y María Isabel en Miami, y terminando por mi esposa Taty, mis hijos Juan Carlos y Víctor Manuel, y yo, en Holanda.

Hubiéramos querido estar allí, para darle nuestro último adiós, pero la distancia se acorta con estas palabras sobre papel. El representa mucho para todos nosotros. Seguirá en nuestros pensamientos y en nuestros corazones, porque como decía nuestro Apóstol José Martí: La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. Y Plácido, El Chino, nos deja el legado de una obra que contiuará viva en todos nosotros.

¡Adiós Pipo!, ¡Adiós Abuelo!, ¡Adiós Chino!

lunes, 18 de mayo de 2009

¡La Alta Casa de Estudios me abrió las puertas!

Mi vocación era otra

Me parece estar tocando a la puerta de la secretaría general de la Escuela Pedagógica ‘Presidente Salvador Allende’, en el municipio habanero de Boyeros. Aquella mañana de julio de 1976 me entregaron mi expediente escolar y la carta con la que se oficializaba mi baja de ese centro docente. Ese cuarto año de la carrera de magisterio me había dado la posibilidad, con sólo 15 años, de rectificar mi orientación vocacional.

Durante ese curso escolar 1976-77, en que tuve mi primera práctica como maestro frente a un aula de primer grado, me convencí que lo mío no era la docencia y que, sin lugar a dudas, el periodismo había tocado a mi puerta, y de qué manera. Durante los tres años anteriores, mientras estuve recibiendo las clases y formándome como maestro emergente (empecé la carrera a los 12 años), me fui acercando al arte de hacer radio, con mis frecuentes apariciones en la radio base de la Escuela Pedagógica. Aquella experiencia juvenil me despertó la curiosidad por descubrir cosas más allá de las frecuencias radiales y el éter.

Con aquella escasa edad y con sólo décimo grado terminado, tenía que buscar la manera más factible de enrumbar mi destino. Terminar el 11 y 12 grados en una Escuela Preuniversitaria en el Campo no me daba ninguna seguridad para matricular la carrera de Periodismo, que siempre contaba con pocas plazas y era muy discutida entre los estudiantes.

No me quedó más remedio que apelar a mi vocación. Como no tenía edad laboral, comencé a trabajar de manera voluntaria en el departamento de Finanzas de la UJC de Güira de Melena para, de esta forma, acceder a la Facultad Obrero Campesina del municipio Alquízar, en el curso para trabajadores, única manera de terminar la enseñanza preuniversitaria.

Mientras, trabajaba y asistía a las clases de jueves y sábados, y las combinaba con la función de corresponsal voluntario de Radio Ariguanabo. En esa emisora recibí el apoyo de Marta, Magaly Pérez, Freddy Díaz y Eliza Franchi-Alfaro y otros colegas, que me enseñaron el ABC del periodismo y me estimularon a continuar mis estudios superiores.

Aquel ejercicio del periodismo me proporcionó la práctica necesaria como para salir del ámbito regional y enviar mis informes a Radio Reloj, la emisora del tiempo y las noticias. A él le debo enseñanzas como profesional de la palabra. Con su labor motivó en mí y muchos otros corresponsales, el amor por esta profesión.

Hasta en los periódicos Granma y Juventud Rebelde llegué a publicar informaciones que se generaban en el municipio. Fue así que me di a conocer en el medio, y hasta un programa juvenil llegué a producir y presentar junto a Mayda González, en mi querida Radio Ariguanabo.

Una vez terminada la Facultad Obrero Campesina, me presenté en la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana, por aquel entonces en la esquina de Zapata y G, en la Facultad de Artes y Letras. Hasta allí fui con avales de Radio Ariguanabo y Radio Reloj y solicité la carrera de Periodismo (curso para trabajadores). El vínculo laboral de manera permanente con un medio era primordial. Yo lo estaba, pero no de manera fija. Pero tuve suerte. Otorgaron 60 plazas; yo fui el 58 en la lista. ¡La Alta Casa de Estudios me abrió las puertas! Continuará…

jueves, 17 de abril de 2008

Los 52 de mi hermana Olga

Un cariño muy especial me une a ella

Mi hermana Olga celebró el 12 de febrero su 52 cumpleaños con dos grandes records: 4 hijos (Viviam, Osvaldo, Olga Lidia y Ana Iris) y 11 nietos, y otro en camino. Sin lugar a dudas una familia numerosa para los tiempos que corren. Después de todo, ha de ser interesante verse rodeada siempre de niños desde que cumplió sus 15 años con la primera de sus hijas en los brazos. Aunque no sé qué pensar, porque a veces, según confiesa, anhela un descanso de tanto trajín.

Cuando nací, Olga tenía casi cuatro años y 9 meses, lo que se traduce en una gran pausa en la carrera de maternidad de mi madre, quien tuvo a mis tres primeros hermanos escalonadamente: Mary, en abril de 1954; José Alberto, en marzo de 1955, y a ella, en marzo de 1956.

No sé si Olga Eulalia, que es su nombre completo, experimentó mi llegada al mundo con recelo o si disfrutó la novedad de tener un muñequito de carne y hueso con quien jugar. Me inclino más por lo segundo, aunque mi memoria no me deja viajar tan lejos. Sí me permite, en cambio, recordar que siempre estuve muy ligado a ella, porque era muy cariñosa.

Olga, a sus 16 años, junto a Mima y Pipo

Lamento que la memoria fotográfica de aquella época sea escasa y que mis padres no nos llevaran a tomarnos una foto en el estudio fotográfico de Rubén y Mercedita, ubicado en la calle Cuba, en la arteria principal del municipio Güira de Melena, donde nacimos. Es una lástima que no tengamos ninguna foto juntos de cuando éramos pequeños.

A Olga, la tercera de mis hermanos le tocó, en parte, ayudar a Mima en el cuidado de sus otros tres hermanos en este orden: Yo, Juan Carlos, que nací en diciembre de 1960; María Isabel, que llegó al seno de la familia en marzo de 1963, y Gisela, que fue bienvenida en septiembre de 1967.

El que nace para criar hijos del cielo le caen los pañales, y justo eso le pasó a Olga, porque se anticipó demasiado en eso de formar una familia y, como quien dice, pasó del juego de muñecas a la realidad sin hacer transición. Cuando debió estar sentada en un pupitre estudiando y preparándose para la vida, se vio con la responsabilidad que conlleva un embarazo y su posterior desempeño como madre.

Eran otros tiempos, a inicios de la década de los 70, en que muchas jóvenes se dejaban llevar por los impulsos del amor y las hormonas, y ante el desmedido control de los padres, optaban por el casamiento. Qué metida de pata, me dijo hace unos años, cuando ya cuarentona se dio cuenta que había desperdiciado su juventud y que su profesión terminó siendo sólo madre y abuela.

Hoy día sigue entre pañales porque, para colmo, hace medio año le nacieron unas nietas jimagüitas (Leyanis y Leyanet), que viven en el apartamento que tiene su hijo Osvaldo (Papo) encima de su casa. Aparejado le ha tocado la semiresponsabilidad de atender a una de las nietas, a pedido de su hija mayor Viviam, que emigró como balsera a Miami, va a hacer ahora un año.

Olga es una hermana muy especial. Es la que más se parece a nuestra madre, ya fallecida. Heredó de ella su carácter fuerte, pero es cariñosa y tiene muy buenos sentimientos. No escatima en ayudar a sus hermanos aunque tenga que quitarse las cosas. Ejemplos hay de sobra. Lo sabemos quienes la queremos.