sábado, 1 de marzo de 2008

Feliz cumpleaños, Tali

Recuerdos desde la distancia

Eres la hermana que me sigues. Naciste cuando yo tenía 2 años y tres meses. No recuerdo tu llegada al mundo porque mi memoria no registra ese momento. Pero sí tengo una vaga idea de que nuestra madre nos mecía en el sillón a los dos juntos, uno en cada brazo. Y no sé bien quiénes disfrutábamos más del balancín, si Mima o nosotros. Hoy 2 de marzo del 2008, cumples 45 años. A ti van dirigidos estos recuerdos desde la distancia. FELICIDADES MI HERMANA!

María Isabel, Gisela y yo

Tali, como siempre te llamé desde pequeño (no sé por qué), eras mi hermanita de los juegos, porque Olga, Pepe y Mary tenían 6, 7 y 8 años, respectivamente, más que nosotros. Así que, con el tiempo, esa diferencia de edades de nuestros tres primeros hermanos influyó muchísimo a la hora de compartir nuestras andanzas infantiles aunque, por supuesto, de vez en cuando jugábamos juntos al escondido, a las bolas; a la pelota; al 1, 2, 3, muñequito trapo es; a la rueda rueda, y al pon. En aquellos años tu y yo éramos sus mascotas.

Tuve que esperar unos cuantos años para que te igualaras a mí en tamaño y habilidades. Recuerdo que las operaciones ortopédicas a las que fuiste sometida en una de tus manos, cuando aún era una bebita, frenaron un poco el desarrollo normal de tu infancia. Tus deditos nacieron como agarrotados, y tuvieron que ir enderezándolos uno a uno. No obstante, lo protegida que estaba por nuestros padres y hermanos mayores, pocas no fueron las caídas y los choques cuando corríamos juntos.

Después los hermanos mayores fueron creciendo y despuntaron hombres y mujeres. Con decir que cuando yo tenía 9 años y tú 7, ya Olga, nuestra tercera hermana, estaba esperando a su primera hija. Así que tu y yo terminamos jugando con los amiguitos del barrio ‘La Vigía’, donde residimos hasta 1971.

La casa que nos cobijaba como familia numerosa (seis hermanos, porque después en 1967 llegó Gisela), era de techo de guano, con una amplia sala y un dormitorio a cada lado, y un medio punto servía de división con el comedor, que a su vez, comunicaba con la cocina, a la derecha, y desde ésta se iba al baño. A mano izquierda del comedor había una tercera habitación. Delante y detrás de la casa habían sendos portales donde nos pasábamos la mayor parte del tiempo jugando.

Desde que tuve uso de razón, observé que fuiste siempre muy voluntariosa, emprendedora y lista, aunque en ocasiones te mostrabas un poco introvertida. Te las ingeniabas muy bien para hacer valer tus derechos cuando de competencia se trataba. Tenía tu genio y también tus leyes. Debías haber estudiado Derecho, porque saliste buena defensora de las causas justas.

En la escuela eras inteligente y tenías buenas notas. Te gustaba estudiar y formar equipos, y brillabas en la realización de las tareas colectivas. Si no me equivoco, fue una pena que, al llegar al nivel secundario, Mima no valorara tu capacidad e inteligencia y no te dejara continuar tus estudios.

Como hermana siempre nos regalaste el cariño que de ti desprendía. En aquellos años compartimos muchas alegrías y momentos lindos. Desde pequeña fuiste muy dispuesta a cooperar en las labores de la casa. Aprendiste de Mima cómo mantener la limpieza, lavar bien la ropa, tener la cocina brillando, etc. Ahora eres el reflejo de todas esas habilidades caseras.

Como tía no puedes ser mejor. Tus sobrinos te adoran, porque te ven como una segunda madre. Te has ganado ese cariño con la dedicación de muchos años. Recuerdo que todavía no habías sido madre y ya te llamaban mamá, sobre todo los hijos de nuestra hermana Olga que se criaron muy apegados a ti. Los demás sobrinos te quieren muchísimo y conservan muy buenos recuerdos de aquellos años en que, como ahora, te desvivías por atenderlos cuando te visitaban. De hecho, mis hijos Víctor y Juan siempre hablan de tía María Isabel con mucho cariño y están conscientes de cuánto te preocupas por ellos, sobre todo tu ahijado Juanqui.

¡Qué decir de tu papel de madre abnegada!... La vida te ha premiado con dos hijas maravillosas, Lideybys y Lisandra, y con Dudleys, hija de una sobrina que la has criado como si también fueras su madre. A las tres le has inculcado los buenos valores, y con el apoyo de Albe les has enseñado lo que es el respeto y la humildad.

A tus 45 “primaveras”, ocupas hoy el lugar que dejaron nuestros padres, y siempre estás pendiente de toda la familia, aunque no todos te lo reconozcan como deberían. Ahí estás, María Isabel , al tanto de todo cuanto ocurre a tu alrededor, uniendo a los hermanos y a los sobrinos, y propiciando el entendimiento y la continuidad de la familia Roque García.

¡Feliz cumpleaños, mi hermana! Te has sabido ganar ese lugarcito en nuestros corazones. Le pido a Dios y a la vida que te siga premiando con toda la felicidad que te mereces y que, sobre todas las cosas, te de mucha salud para esperar la llegada de tus nietos.

¡¡¡¡¡ TE QUEREMOS MUCHO !!!!!!!!!!

domingo, 20 de enero de 2008

Feliz cumpleaños tía!

Te queremos un montón !

Querida tía:
Sabemos que hoy te hubiera gustado celebrar tu 70 cumpleaños con la presencia de todos nosotros. De seguro te íbamos a aplaudir porque como tú no hay dos en este mundo. La lejanía de Roberto y familia y de nosotros 4 no lo han permitido. Pero María Elena ocupará hoy nuestro lugarcito. Estará junto a ti dándote cariño y logrando en ti una sonrisa, a pesar de las circunstancias.

Tía, estos largos años junto a ti y el Chino, hacen que hoy se agolpen en nuestros corazones tres sentimientos: orgullo por lo mucho que representan para nosotros; confianza en el porvenir, por la seguridad que siempre nos han dado, y renovada determinación de seguir optimistas con la misma pasión y entrega que hemos aprendido de ustedes.

FELIZ CUMPLEAÑOS!!!
Quienes te queremos un montón.
Víctor, Juanqui, Taty y Juan Carlos

martes, 15 de enero de 2008

† Descansen en paz

Homenaje a mis tíos Ricardo y Caridad

Hoy quisiera estar, como también lo deseé hace nueve días, en mi terruño, para dar el último adiós a otro ser querido, ejemplo de voluntad y de tesón. Digo esto porque en lo que va de año, la muerte me ha jugado dos malas pasadas. Primero el fallecimiento de tío Ricardo el sábado 5 de enero, y ahora el deceso de tía Caridad este lunes 14 de enero.

Pero la distancia así lo dispone. Cuando uno se va de su país, aunque sea temporalmente, como es mi caso, siempre corre el riesgo de no estar cuando la familia atraviesa por momentos tan difíciles. Así me ha pasado en los últimos años cuando perdí a Mima, a Pipo, a tío Eusebio y, hace unos meses, a tía Agueda. A ninguno pude dar el último adiós.

A tío Ricardo lo sentía muy cercano, lo adoraba, porque era además mi padrino. Y con tía Caridad tenía yo una relación muy especial, entrañable. Sin que nadie se ponga bravo, pero me contaban entre sus sobrinos preferidos. Eso lo hace el roce, el cariño, la simpatía y hasta la complicidad. Y ya luego explicaré por qué.

Tío Ricardo nació el 9 de junio de 1922. Fue el séptimo de los 12 hermanos. Como los demás, creció en el seno de un humilde hogar, con el cariño de sus padres José y María Luisa, a quienes adoraba infinitamente. Con la experiencia de ese ambiente familiar, sentó las bases para construir el suyo y formar una familia. Al contraer matrimonio con Sofía Cartaya, Ricardo inició el camino a la felicidad, que luego coronó con el nacimiento de sus hijos Ramón y Emilita. Con el paso de los años, la llegada de los nietos trajo a su hogar una alegría y una ternura inolvidables. Se desvivía por ellos, se sentía como el abuelo protector y guía. Cada hazaña de sus nietos lo convertía en un hombre feliz, orgulloso.

Su ejemplo de buen trabajador, honesto y servicial lo reafirmaba como un auténtico Roque Rodríguez. Era, por demás, muy sentimental. Más de una vez lo sorprendí con un raro brillo en sus ojos, porque su sensibilidad era especialmente notoria. La última vez que lo vi fue en noviembre del 2007, ya muy enfermo, pero con la mente clara. Sin saberlo, con aquel beso que le di en la mejilla me estaba despidiendo. Él lo presentía. Unas lágrimas brotaron de sus ojos.

No muy lejos de él, a apenas 25 metros, frente a su casa en La Vigía, sentada en un sillón del portal, estaba su hermana Caridad, dos años y medio menor que él, ahora también enferma. Nacida el 25 de diciembre de 1924, fue la octava de la familia en llegar al mundo. Vino, como el niño Jesús, para traer la alegría de la natividad al hogar de mis abuelos paternos.

Tía Caridad tuvo, como los demás hermanos, una infancia dura, con restricciones pero llena de amor, porque esto último sí abundaba bajo aquel techo de guano que la vio crecer. Tuvo la gran suerte de enamorarse de un excelente hombre, Andrés Franchi-Alfaro, con quien fue siempre feliz. Juntos sacaron adelante, por buen camino, a sus seis hijos: Osvaldo, Emilio, Pablito, Conchita, Alberto y Andresito. Les enseñaron con humildad el valor de la vida, de la amistad, la solidaridad y el respeto por los demás. Los prepararon para el futuro, porque querían que ellos lograran lo que ellos soñaron cuando jóvenes.

A tía la he tenido siempre como una mujer luchadora, hacedora, emprendedora pero, sobre todo, optimista. No había una sola meta que no alcanzara, siempre con mucho esfuerzo, pero con resultados inimaginables. Construyó bloque a bloque su casa, junto a Andrés y sus hijos. Costó esfuerzo y no fue fácil, pero levantó a su gusto el hogar que quería. Y lo disfrutó mucho. Y no es para menos, porque una mujer así no se amilana ante las dificultades económicas, se crece, con la capacidad luego de sentirse orgullosa de su obra.

Yo, que no salía de su casa, porque sus hijos más pequeños eran contemporáneos conmigo, aprendí de tía Caridad esos valores humanos, esa dignidad que hace grande al hombre. Cuando decía al principio lo de la complicidad, es porque juntos sacamos adelante muchas ideas, con ella me atreví a vivir la época de los sueños y utopías, porque compartió conmigo la sabiduría y me dio fuerzas para llegar a convertirme en lo que hoy soy, un profesional al servicio de las buenas causas, al servicio de la palabra hablada, esa que siempre me transmitió.

En noviembre, cuando la ví por última vez, a pesar de su delicado estado de salud, aún mostraba en su rostro la alegría de vivir, su picaresca mirada. La besé con la duda de si volvería a verla, pero nunca presintiendo una despedida.

Con ella y con tío Ricardo, como ocurrió en 1996, cuando perdí a mi madre y en 1999 a mi padre, se va un pedazo de mi vida. Pero me queda la satisfacción de haberles tenido como tíos muy cercanos, entrañables y cariñosos, como también lo han sido los otros.

Hace tan sólo unos días, al perder a una colega, otra gran amiga me recordaba la certeza de François Mauriac al señalar que “la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo.

viernes, 21 de septiembre de 2007

A 28 años de su muerte, sigue entre nosotros

Urbisia: Una tía especial

Este 21 de septiembre se cumplen 28 años del fallecimiento de mi tía Urbisia, nacida el 1 de abril de 1913. Hija de José y María Luisa, es la tercera de 12 hijos. Contrajo matrimonio con Emiliano Marrero y tuvo una hija, Margot. Quiso con locura a sus nietos Humberto y María del Carmen y sus bisnietos. A sus padres, hermanos y sobrinos dedicó su vida cuando enviudó a principios de la década del 60.

El legado de una tía

En la segunda foto posa junto a la baranda. Sentada está su hermana Agueda y su nieto Humberto.

Tía Urbisia vivía a no más de 100 metros de mi casa. A la edad de 6 años, yo disfrutaba enormemente de los paseos con ella, por aquel entonces ya viuda. Aquellas caminatas casi siempre eran al centro del pueblo o al cementerio, a llevarle flores a sus seres queridos.

Fue ella la primera en contarme historias familiares, en enseñarme lo que hay más allá de las vocales, del abecedario y de los números del 1 al 10.

En esta tercera foto aparece con su yerno Francisco y su nieto Humberto, al parecer en la finca de uno de mis tíos.

Con tía Urbisia aprendí que la vida tiene rincones insospechables, todos los que uno quiera hurgar. Me enseñó además que el destino se lo forja uno mismo y que nada es imposible. Su legado llenaría mis sueños y anhelos unos años más tarde, cuando nos dejara para siempre.

En la foto aparece junto Florentino, el tercero de sus hermanos.

Con el paso de los años, a estos recorridos a los que hago mención, se sumaría mi hermana María Isabel quien, como yo, le tenía un cariño especial. Tali, como le llamaba de pequeña a la cuarta de mis hermanas, estaba ligada a mis andanzas familiares y, al igual que yo, era muy observadora de la realidad circundante, convencida de que no había límite en el horizonte.


Urbisia era muy dispuesta. Ayudaba a todos sus hermanos y vecinos. Era muy popular en el barrio y la conocía media Güira de Melena. Cuando la acompañaba al centro del pueblo, era saludada por muchos transeúntes.

Aunque aparece muy seria en la foto, tía Urbisia era muy jovial, alegre, entusiasta. Esta instantánea es en el cumpleaños de uno de sus nietos.

Por donde quiera que pasaba dejaba su sabia y su espíritu de conciliación ante los problemas de sus familiares y parientes.

Nunca voy a olvidar aquella frase de ella cuando se despedía después de hacer una vista: "Ya estoy llegando", en referencia a que estaba apurada y se le hacía tarde.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Somos novios

Muchos pensarán que he abandonado este blog 'Guajiro', en el que escribo sobre mi vida y mi familia. Para que vean que sigo con el mismo entusiasmo con que inicié esta labor de rescate de experiencias personales, y aprovechando que Blogger permite subir videos a su servidor, hoy quiero mostrarles un pequeño trabajo realizado a base de fotografías. Es parte de mi vida junto a mi esposa María Caridad y mis hijos Juan Carlos y Víctor Manuel.

miércoles, 2 de mayo de 2007

La llegada de mi primera sobrina

En 1971, cuando yo tenía 10 años, nació mi primera sobrina, Viviam. Eran tiempos en que las jóvenes preferían el matrimonio antes que llevar una relación vigilada estrictamente por los padres. Mi hermana Olga no fue la excepción.

Olga, con 15 años, junto a Mima y Pipo
Juanito, el bodeguero de la esquina, le había tirado el ojo a la tercera de mis hermanas, que desde los 13 años ya mostraba un cuerpo de mujer.

De pronto, me llamó la atención que aquél joven empleado de comercio comenzara a visitar mi casa con regularidad. No tardé mucho para darme cuenta que el mencionado bodeguero ya empezaba a ser uno más en la familia.




Noviazgo a la vieja usanza


Mi hermana Olga y su novio Juanito se sentaban a 'noviar' en la sala, y frente a ellos, mi madre, que vigilaba todo movimiento en falso de la pareja. Mis padres no habían evolucionado mucho en relación con los noviazgos, y me temo que aplicaron la misma receta de mis abuelos, a la usanza de los años 50. ¿Resultado? Olga contrajo matrimonio a los 14 años. Y su foto de 15 fue con su hija Viviam en los brazos. Adiós estudios, adiós futuro... ¡Qué tiempos aquellos!



La llegada de mi sobrina revolucionó nuestra casa de la calle 78, entre 103 y 105, en el reparto ‘La Vigía’, en Güira de Melena. Sus padres habían contraído matrimonio, pero se quedaron viviendo con todos nosotros, de ahí que mis hermanos y yo viviéramos cada detalle de lo que es ser tío en vivo y en directo y a tan escasa edad. Mi hermana Gisela, por ejemplo, por aquel entonces tenía tan sólo 4 años.


 
‘El que se casa, casa quiere’, pero en Cuba ese viejo refrán ha sido siempre sólo una aspiración, porque el mercado de la vivienda se estancó desde los años iniciales de la Revolución. Desde que tengo uso de razón, en este sector la oferta ha superado siempre a la demanda.

Convivencia a la cubana
Así que, la imposibilidad de conseguir una vivienda, obligó a Olga y a Juanito a residir durante varios años con mis padres y mis hermanos José Alberto (Pepe), María Isabel y Gisela, y yo. Una de las habitaciones fue destinada a la nueva pareja, y a su primera hija. Aunque llegaron a tener cocina separada, las dos casas fruto de una división, estaban interconectadas. La pequeña pasaba la mayor parte del tiempo en la parte principal de la casa, con sus abuelos y tíos.

Mis padres estaban cluecos con Viviam, que era su primera nieta. Recuerdo que aquella convivencia fue tan estrecha que al cabo de varios años, cuando Olga y Juanito se independizaron y se fueron a vivir a otra casa, mi sobrina primogénita se negó a mudarse y se quedó bajo la tutela de mis padres.
Al punto que, hoy día, ella se siente más la hermana menor de todos nosotros que sobrina.


Familia numerosa

Olga y Juanito tuvieron después a Osvaldo, Olga Lidia y Ana Iris. Con los años esa familia ha ido creciendo. A Olga le encantaban las canastillas y sus hijas han seguido sus pasos en materia de reproducción. Viviam tiene tres hijas (Dudleys, Claudia y Adelis); Olga Lidia también ha sido muy productiva, con tres hijos (Yanelis, Juan Junior y Ana Isabel); Ana Iris tiene dos hijos (Yahima y Randy), y Osvaldo es padre de una niña (Leydis) y de otro en camino.

Cada vez que visito Cuba me veo siempre en problemas, porque son tantos los sobrinos, que no sé como complacerlos a todos. Cuando se reúnen en la casa que fuera de mis padres, sólo con el familión de mi hermana Olga, se puede hacer una gran fiesta. La foto familiar de hace unos diez años no deja duda, aunque cuatro de ellos viven ahora en Miami.