sábado, 1 de octubre de 2011

Donde la memoria sigue intacta

Volver al pasado allí donde tu memoria sigue intacta es reencontrarse con lo que un día fue y ya no es. Este pequeño paseo por El Vedado junto a mi esposa Taty es eso.
Espero que lo disfruten.

miércoles, 5 de enero de 2011

Mi vocación era otra

Muy pronto en este Blog
Corría el curso escolar 1975-1976. Con apenas 15 años di un paso extraordinario en mi vida. Abandoné la carrera de Magisterio y me puse a hacer lo que me gustaba: periodismo juvenil. La experiencia en la radio base de la escuela Pedagógica ‘Presidente Allende’, más la voluntad de salir adelante, me ayudaron a terminar la enseñanza preuniversitaria en un curso para trabajadores. Al mismo tiempo hacía labores voluntarias en Radio Ariguanabo, con mis primeras contribuciones en materia de periodismo y como conductor de programas para jóvenes.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Mis amigos de la infancia y mi cumpleaños 50

No sé si a aquellos que ya son padres alguna vez sus hijos le han preguntado con frecuencia por los amigos de la infancia y la adolescencia. Al menos a mí, muchas veces Juan y Victor me han comido a preguntas. Y siempre he apelado a mis memorias recordando aquellos tiempos de mi niñez, pero siento que no es suficiente solo el ejercicio de mi memoria.

Ahora, al cumplir 50 años, se me ocurrió sorprender a mis hijos con este video casero en el que amigos de mi infancia responden a algunas de sus inquietudes. No es un auto-homenaje, es un legado para mi hijos, que al mismo tiempo quiero compartir con ustedes en este blog.

viernes, 25 de junio de 2010

Preservar nuestra identidad

Gracias Hernán

La distancia nos acerca a lo que amamos, a lo que llevamos dentro y que no podemos ni queremos olvidar. Al menos es lo que experimenta la mayoría de las personas que dejan su terruño. Emigrar es llevarse en la mochila un ropaje de vivencias, es desencadenar la nostalgia y la añoranza, porque sabemos que no podemos sustituir aquello que un día dejamos atrás, independientemente del motivo de la salida. Pero esos recuerdos quedan, a veces, olvidados. No me lo perdonaría. Por eso este modesto blog y mis reflexiones sobre mi niñez y juventud.
Hoy quiero reproducir en 'Guajiro' una reflexión de un entrañable amigo, Hernán, mi vecino de Güira de Melena, esa tierra habanera por donde llegué a este mundo hace 47 años y que dejé, primero cuando hace 23 años me fui a vivir a La Habana, y después cuando, hace 12 años, vine a vivir y trabajar en estas frías tierras de Holanda. A Güira no la puedo apartar de mis pensamientos porque cada día la siento más cerca de mis raíces.

Me emocioné al leer su correo. Sus conceptos sobre identidad, la necesidad de preservar la memoria de nuestro pueblo y de nuestra isla, y su reflexión sobre la importancia de "no permitir que la memoria se corrompa en los vaivenes del presente y los olvidos del pasado", me alentaron a publicarlo. Gracias Hernán.

Amigo:
No imaginas lo que me gustó tu página sobre Güira; habíamos hablado de ella, pero no la había visto. Y te felicito por dedicar parte de tu tiempo y esfuerzos a preservar la memoria de este pequeño pueblo, que también es una manera de recordarnos nuestra esencia, y de resguardar alguna parte de nuestra identidad como nación.

Preservar la memoria en una isla es imprescindible. En un continente tal vez sea más sencillo. Si de ahí saliera algún día, siempre tiene la posibilidad de regresar por cualesquiera de los caminos que conectan una nación con otra. Además, la historia de los continentes es la de la permanencia; la "Tierra firme" siempre ha tenido en sus entrañas en don de la solidez, y las culturas que nacieron en ella no han podido ser quebradas. Las islas no. Las Islas llevan desde su misma esencia geológica el signo del cambio, de lo imperecedero, de la inmediatez. Aún cuando las islas preserven la autoctonía de floras y faunas, y desarrollen un sentido de pertenencia peculiar, la memoria siempre está en peligro de perderse.

Vivir rodeados de mar desencadena en los seres humanos que la habitan sentimientos muy diversos. El mar está asociado a lo invencible, a un poder indómito que sobrecoge cuando se le comtenmpla en sus momentos de mayor agresividad. Entonces el mar nos llena a ratos de un ahogo inexplicable, el de estar varados en un sitio del que no podemos despegarnos. Tal vez por eso la historia de las revoluciones en las islas ha sido de las más sangrientas, porque no quedaba otra opción que morir: la de escapar estaba franqueada por la impenetrabilidad del mar. Pero a su vez el mar crea una relación de dependencia.

No hay habitante de una Isla que pueda desentenderse del mar; este se le mete en la esencia misma y lo persigue dondequiera que vaya: no le permite renunciar a él, y dicen los que viajan que se le llega a extrañar como a los hijos que se dejaron del otro lado. Por eso también la insularidad presupone una vocación de viajes: el mar representa en la imaginería del isleño lo inexplorado, las preguntas por lo que habrá cuando ese mar desemboque en otras orillas. Y cuando las personas se van de una Isla, parte de la memoria se va con ellas, y el mar a veces logra llenar un vacío tan grande, que resulta en ocasiones imposible que esa memoria regrese. Entonces es imprescindible preservarla, más la de esta Isla que nos privilegió con su suelo. Creo que una zona de la historia de la evolución de nuestra identidad ha sido precisamente la de sus gentes tratando de crear una memoria que nos permitiera después saber quiénes éramos y que hacer con nuestro presente. Lamentablemente no ha sido fácil, y tanto, que hoy la fragilidad de nuestra identidad es tal, que todos los días temo que en cualquier momento pueda ser barriada y mestizada hasta diluirse en otras.

La colonia hizo cuanto pudo para evitar que los cubanos tuviéramos identidad; forjarla costó vidas y fue una lucha cruel por arrancarla, pedazo a pedazo, de las fuerzas dominantes sobre nosotros. Luego la república hizo su tanto. No en un enfrentamiento visible, sino, del peor y más eficaz de todos: la sutileza de dejarse ganar por los modelos extranjeros. Después de la república... Bueno, es historia que se está haciendo, pero memoria que no ha sido permitida tampoco.

Por eso me asusta tanto que los jóvenes partan. Ellos se van con una identidad trucada, manipulada las más de las veces, que lejos de arraigar desorienta, y ofrece la porción de parias que reclama la infranqueabilidad del mar. Y temo porque un día no encuentren el camino de regreso, no hacia la Isla, sino, hacia ellos mismos. Por eso me duele tanto que la identidad esté hoy a disposición de los vientos que soplan del mar, y la lleven a destinos diferentes cada vez. Lamentablemente no se globaliza la solidaridad, el amor o la paz; pero si las culturas más poderosas, con los medios necesarios para exportarlas. Entonces la identidad de las Islas, cercadas por el mar, finitas en sus latitudes, corre un peligro tremendo.

Cada día trato de penetrar más la cultura de esta mi Isla. Todo cuanto hago es por entender mi identidad y por transmitirla, por no permitir que la memoria se corrompa en los vaivenes del presente y los olvidos del pasado. Y duele tanto que decir a esta tierra amordazado por la indeferencia. Por eso me satisface tanto que desde un sitio tan ajeno a esta Isla tú andes también preservando nuestra memoria. Quizás llegue un día en que el mar deje de ser esa porción infranqueable de nosotros mismos y podamos domarlo hasta que nos devuelva la posibilidad de los encuentros más certeros con nuestra memoria.

martes, 9 de febrero de 2010

La permuta

Fue como arrancarnos de nuestras raíces

En Cuba las viviendas siguen siendo "propiedad privada" pero no se pueden comprar ni vender. Tras el triunfo revolucionario, la llamada Ley de Reforma Urbana posibilitó que muchos cubanos fueran propietarios de sus casas o que pagaran una módica suma mensual al Estado, como les ocurrió a mis padres a principios de la década de los 60.

Vivíamos en una casa con paredes de tabloncillo y techo de guano (hojas de palmeras). Un día de 1972, dejamos para siempre ese hogar que me vio nacer y en el cual nos criaron a los seis hermanos. Como resultado de una permuta, única manera de cambiar de casa, pasamos a vivir a otra con techo de tejas. Mi hermana María Isabel y yo fuimos los que más sufrimos este cambio de barrio.

Mis padres habían decidido dar un nuevo aire a sus vidas y querían empezar por mudarse de barrio. Aquel día de la mudanza lo tengo registrado en la memoria con lujo de detalle. Al menos para María Isabel y para mí, aquella permuta fue como arrancarnos de nuestras raíces. Con 9 años ella y 11 yo, estábamos asistiendo a un cambio brusco de nuestras vidas.

Dejábamos el reparto ‘La Vigía’, con casas de madera, mayormente construidas en forma de bohío con techo de guano, aunque por aquellos años ya sus calles habían sido asfaltadas. El nuevo barrio era más moderno, con casi la totalidad de sus viviendas de mampostería y con techo de placa; excepto algunas, entre ellas la nuestra, que era de madera, pero con techo de tejas. Esa era la diferencia fundamental.

Tanto María Isabel como yo echaríamos de menos a nuestros amigos de toda la vida: Fidelito, Carlitos, Miguelito, Tonito y María del Carmen. Ellos, junto a nuestros primos más cercanos Barbarita, Alberto y Andresito, habían sido nuestros compañeros inseparables. Nuestros juegos de entonces estaban basados en el respeto mutuo. Toda aquella pirámide de relaciones de la infancia se hacía añicos. Pensábamos que era algo irreparable. Afortunadamente, no pasaron muchos días cuando empezamos a hacer buenas migas con los niños del nuevo barrio.


Reparos por el cambio de casa
Mi hermana menor, Gisela, con 4 años, no se enteraba de aquel jaleo. Mis otros hermanos mayores que yo, Olga y Pepe, no tenían reparo con el cambio de casa. Mas sí mi hermana mayor, Mary, que por entonces ya estaba casada y vivía aparte de nosotros. De regreso de un viaje a Canasí, donde vivía parte de la familia de su esposo, Mary fue a visitarnos y quedó tristemente sorprendida. Si bien el barrio era mejor que el otro, la casa dejaba mucho que desear. Según ella, esta otra vivienda estaba casi en peores condiciones que la anterior, que era más amplia y ventilada. Para empezar, esta de la avenida 95 era accesoria, es decir, eran dos viviendas adosadas, con ventanas a un solo lado. Eso sí, en el patio _aunque más pequeño que el anterior_ afortunadamente mi padre podía guardar su camión.

En realidad, mis padres querían mejorar la casa, renovarla lo antes posible y, con el paso de los años, poco a poco lo lograron. En parte, gracias a un dinero que nos ‘cayó’ del cielo. A Pipo, como a todos sus hermanos, le gustaba jugar ‘la bolita’, una especie de lotería ilegal que siguió activa a pesar de que una de las primeras medidas del Gobierno Revolucionario había sido la prohibición de los juegos de azar. Lo cierto es que mi papá le había puesto un peso al 25 combinado con el 38 y como resultado de ese parlé, llegaron aquellos 1800,00 pesos cubanos.
El juego es parte de la idiosincrasia del cubano y, hoy día,
los cubanos siguen jugando a pesar de los riesgos.
Esa lotería se ha convertido en el pasatiempo nacional.
De manera clandestina se escucha la rifa desde
Colombia, Venezuela o desde el mismo Miami.
Hay personas que fungen como bancos y pagan
a los premiados mediante las cadenas de
listeros que se encargan de recoger las apuestas.
Y fuimos propietarios

Tenía yo unos 15 años cuando la casa quedó totalmente renovada. Por casualidades de la vida, cayó en mis manos un artículo de una revista en el que se reconocía que otras de las primeras medidas del Gobierno Revolucionario había sido exonerar de pago a aquellos inquilinos de viviendas con techo de guano. Entonces, con todo el derecho que me daba la ley, me personé en la oficina municipal de la Reforma Urbana y reclamé lo que nos pertenecía: la propiedad de la vivienda. Por desconocimiento de mis padres y por error de los funcionarios, durante 12 años habíamos estado pagando el alquiler de una casa considerada bohío.

Mi petición fue llevada a la dirección provincial de la Reforma Urbana y las autoridades se vieron en la obligación de otorgarnos el título de propiedad de la nueva casa. Fue mi primera victoria. Contaba mi padre que el entonces director de la oficina municipal de Güira de Melena le había dicho: “Tú hijo tiene tremendas espuelas; es un gallito de pelea, ha sido muy valiente , y su actitud una enseñanza para nosotros”.

lunes, 11 de enero de 2010

Adiós a Plácido Fernández (El Chino)

Su nombre, Plácido, del latín placĭdus significa quieto, sosegado y sin perturbación; grato, apacible. Así era El Chino, como cariñosamente le llamábamos los más allegados. Sus padres no se equivocaron al bautizarlo e inscribirlo como Plácido siguiendo la tradición del Santoral, en honor a San Plácido, monje, mártir y santo cristiano cuya festividad se celebra el 5 de octubre. Nuestro Plácido vivió 80 años consecuente con el significado de su nombre.

Plácido nació en el campo y del campo se nutrió. Desde pequeño ayudó a sus padres y hermanos, primero como bodeguero y después, como pudo, desde La Habana, a donde fue a parar en sus años mozos en busca de nuevos horizontes. Allí se estableció para siempre, los primeros años como conductor de la ruta 57 y luego como tabaquero. Pero jamás cortó con sus raíces con Güira de Melena, tierra que amó y que ahora lo acoge para siempre.

En Güira Plácido Fernández conoció el amor de su vida, María Roque, junto a quien formó una bella familia, ejemplo para muchas otras e inspiración para los más jóvenes al crear la prole siguiendo su actuar. El amor cobijó a Plácido y María durante 51 años de casados. Fruto de aquel matrimonio vinieron al mundo sus dos hijos entrañables María Elena y Roberto, por los que echó p’lante hasta verlos convertidos en grandes profesionales, de los que se sentía orgulloso.

Un hombre especial

El Chino fue un hombre respetuoso, honesto, cariñoso, solidario. Entrañable hijo, adorado hermano, excelente yerno. Un cuñado encantador, un amigo sincero, un esposo fiel y un abuelo especial. Orgulloso vivía de sus nietos, los de sangre y los postizos que se le fueron sumando.

El Chino era conversador. Sabía charlar sobre temas interesantes, y estaba siempre dispuesto a intercambiar ideas y abierto a escuchar los problemas de los otros, para los cuales tenía a mano una solución o la experiencia de los años vividos. Me consta.

Siempre fue luchador. Somos testigos de sus maratónicos viajes a Güira cargando jabas en las rutas 75 y 185 y en la guagüita de los médicos para garantizar la comida a su familia. Tras su jubilación, esa búsqueda del pan de cada día se convirtió en su obsesión. Eso lo mantenía activo. Era previsor, visionario. Nunca las cosas lo cogieron por sorpresa.

Los que estamos lejos
Este es el adiós de los que hoy estamos lejos, empezando por su hijo Roberto, su nuera Emma y sus nietos Carlos Manuel y David en Viena, y pasando por su sobrino Tony en Nueva York, sus otros sobrinos en el exterior, mis hermanas Mary y María Isabel en Miami, y terminando por mi esposa Taty, mis hijos Juan Carlos y Víctor Manuel, y yo, en Holanda.

Hubiéramos querido estar allí, para darle nuestro último adiós, pero la distancia se acorta con estas palabras sobre papel. El representa mucho para todos nosotros. Seguirá en nuestros pensamientos y en nuestros corazones, porque como decía nuestro Apóstol José Martí: La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. Y Plácido, El Chino, nos deja el legado de una obra que contiuará viva en todos nosotros.

¡Adiós Pipo!, ¡Adiós Abuelo!, ¡Adiós Chino!