sábado, 27 de enero de 2007

Cuando aprendí a leer y escribir

Vamos a estudiar
Mis recuerdos de la escuela primaria. Un recorrido por los años en que llevaba una pañoleta atada a mi cuello como señal de que era "pionero". Una manera de rememorar aquellos tiempos en que asistir a clases y aprender la lección se combinaba con el amor a la Patria y la fidelidad a la Revolución que me vio nacer, sin importar intereses personales o vocacionales.

Si bien mis padres cuando niños nunca estudiaron, porque por aquellos lares donde nacieron ni escuela había, de mayores sí aprendieron a leer y escribir durante la Campaña de Alfabetización, que lideró la Revolución durante sus primeros años. Aquel avance educacional tardío les serviría más adelante para animar a sus hijos con la idea fija de que la escuela nos guiaba hacia el futuro.

Con ese precepto que desde bien pequeño escuché decir a mis hermanos mayores, en septiembre de 1967 fui por primera vez a clases, aunque sin saber aún que en ese momento estaba comenzando a hacer realidad el sueño de mis padres. La escuela estaba en la misma calle, a unos 400 metros de casa, los últimos 200 de los cuales formaban parte de un tramo deshabitado, con palmeras a ambos lados y con una cuneta donde crecía la hierba mala y la gente echaba los desperdicios y la basura.

Seremos como el Che
La escuela era de reciente construcción: un edificio central de dos pisos, con amplias aulas de ventanales tipo Miami, y con un comedor enfrente rodeado de un patio grande, donde solían realizarse los matutinos, a las 8 de la mañana. En aquellos actos diariamente teníamos que cantar el Himno Nacional, saludar la bandera y responder, años más tarde, a la consigna de: ¡Pioneros por el Comunismo!, con la frase (a coro) de : “Seremos como el Che”.

Había que ser como el Che. Pero con tan escasa edad no teníamos ni idea de quien era Ernesto Guevara. Nos repetían la consigna hasta el cansancio, pero no recuerdo que nos hayan contado en alguna ocasión cómo era verdaderamente ese hombre. Lo soñábamos como un Dios, sin alcanzar a ver su dimensión como ser humano, compañero o padre. Lamentable, porque ése y otros tantos clichés propagandísticos acabarían propiciando el efecto contrario, es decir, el desinterés y el aburrimiento por lo repetitivo.

Eso sí, eran tiempos en que habían muy buenos maestros. De primero a cuarto grado recuerdo con cariño a Marina, Delia, Nereida, América y a Amparo como grandes docentes y, más tarde, en quinto a Jorgelina, y en sexto, a Osvaldo y a Daniel, como los profesores que nos enseñaron las asignaturas del saber más profundo como Física y Química, por poner algún ejemplo.

Rumbo equivocado
Ya en sexto grado, mi vida dio un giro inesperado cuando, sin conocimiento de causa, con sólo 11 años, acepté a ser captado para formarme como maestro primario emergente. Literalmente, me lavaron el cerebro y pudo más el embullo, el impulso y el compromiso de estudiante vanguardia que mis sueños vocacionales, porque desde pequeño había manifestado mi interés por el periodismo. Si no, pregúntenselo a mi tío Placido, él bien que lo sabe.

Meses después, con el inicio del curso escolar 1973-1974, empezaría mi carrera con tintes pedagógicos, en la Escuela de Formación de Maestros Primarios, ubicada en el municipio Batabanó, al sur de la provincia de La Habana, sin saber que aquella elección estaba muy lejos de mi verdadera vocación, que años más tarde descubriría en la radio base de la escuela ‘Presidente Allende’, en el municipio capitalino de Boyeros.

El primer año de la carrera fue duro. Con apenas 11 años tuve que becarme lejos de casa, a unos 30 kilómetros. Durante los primeros meses extrañaba muchísimo a mis padres y hermanos. La escuela estaba en un lugar bastante intrincado, al estilo de las unidades militares, con albergues distantes uno de otros, y en los que cada noche los mosquitos hacían su agosto.

El pase de fin de semana
El pase para ir el fin de semana a casa era la meta anhelada, así que había que hilar fino, mantenerse como un soldado, porque a veces cualquier indisciplina podía ser motivo para quedarte sin ver a la familia y sin comer la comida casera, esa que sólo las madres saben hacer.

Eran tiempos difíciles desde el punto de vista de abastecimientos, y lo que daban por la libreta de racionamiento apenas alcanzaba, así que los padres se las ingeniaban para guardar lo mejorcito para el menú de sábado y domingo. Me parece estar viendo a mi madre prepararme mis comidas favoritas, y lavando y planchando mis uniformes que, por cierto, en el primer año la camisa era de color crema y el pantalón de color café , y más tarde verde claro la camisa y verde oscuro el pantalón.

Al cabo de año y medio, mi vida de estudiante dio un giro esperado. Como lo habían prometido, nos trasladaron a una nueva escuela, la ‘Presidente Allende’, cuya inauguración fue en diciembre de 1974, meses después del golpe de estado en Chile y la muerte de Salvador Allende. La formación de maestros primarios era prioridad de la Revolución y ese centro docente tenía capacidad para 4500 estudiantes.

¿Llegué a graduarme de maestro primario? De eso hablaré más adelante. Antes, hay otras cosas que contar por el camino.

lunes, 22 de enero de 2007

Regresan los Reyes Magos

Día de Reyes en Cuba
Un repaso a los sueños infantiles ligados a los Tres Reyes Magos. Una reflexión sobre las ilusiones que traían los juguetes cada 6 de enero. ¿Por qué un día se dijo: "No más Reyes Magos"? ¿Cómo fueron para mí aquellos años en que Melchor, Gaspar y Baltasar nos dieron la espalda y dejaron de traernos puntualmente el regalo de Reyes? Una vivencia que sólo uno sabe su trasfondo, cuando los años pasan.

Recién regresé a Holanda de un viaje de vacaciones (familiares) a Cuba. Fue una estancia de 18 días, que incluyó Navidad, Fin de Año y Día de Reyes, tradición ésta última que pensé había quedado en el olvido de mi gente, cuando a finales de la década de los setenta, esa fiesta infantil muy popular en los países de habla hispana, se suprimió en la isla y, en su lugar, desde entonces se instituyó el 15 de julio como 'Día de los Niños'.

La estancia en Cuba me hizo recordar aquellos primeros años de mi niñez, en los que mis hermanos y yo esperábamos impacientes la llegada de los Reyes Magos y los juguetes soñados, que con tanto entusiasmo encontrábamos debajo de la cama cada 6 de enero al despertar.

Cuando se rompió la magia
Qué decir de la tristeza de los años posteriores cuando, de pronto, se rompió la magia y desaparecieron los Reyes Magos. Los pequeños pasamos a ser testigos de unas juntas barriales en las que de un bombo salían los nombres de cada jefe de núcleo (cabeza de familia de cada hogar), y en ese orden se establecían los 5 días para la venta de juguetes normados por la libreta de productos industriales: Uno básico, uno no básico y otro dirigido.

Aquella medida obedecía, en principio, a la compleja situación económica del país, a raíz del bloqueo económico impuesto por Estados Unidos, que no dejaba otra opción. El Ministerio de Comercio Interior estaba obligado a adquirir en China los juguetes y no todos podían ser de primera calidad, con lo que aumentaba considerablemente la desigualdad en la distribución. Me explico:
Estar encabezando la lista para comprar el primer día era como ganarse la lotería que, por cierto, ya por aquellos años había sido prohibida, más bien borrada de la ‘faz de la tierra’ cubana. Los juegos de azar eran cosa del pasado capitalista. Los que encabezaban la lista del sorteo, se llevaban la bicicleta, un bonito carro de bombero o el avión grande. En fin, muchas veces fui uno de los últimos y me tuve que conformar con un rompecabezas, unas canicas (juego de bolas) o unos palitos chinos.

¿Regreso de una ilusión?
Más de 30 años después, cuando casi no quedan rastros de Melchor, Gaspar y Baltasar, las tiendas cubanas que venden en ‘chavitos’ (CUC, moneda libremente convertible), estaban invadidas por padres e hijos para hacerse de un juguete. La prensa cubana reconocía el fenómeno. El rotativo Juventud Rebelde, señalaba por esos días “un progresivo aumento de la venta de juguetes en el primer fin de semana del año, mostrando el resurgimiento de la tradición de los Reyes Magos”.
Para Jesús García, investigador del Instituto de Filosofía de La Habana, las compras de regalos por el Día de Reyes muestran cambios en la cotidianidad del cubano. Según alertaba al periódico, "lo nocivo de la celebración de esta fecha sería convertir el cariño en mercancía y promover de una u otra forma las compras, en busca de maximizar ganancias en la actividad comercial".

El “rescate” de la costumbre se debe a que "Cuba no está aislada del mundo y por tanto también estamos signados por los efectos de la globalización y el consumismo”, manifestaba al diario Sonia Enjamio, del Departamento de Historia de la Universidad de La Habana. La académica cubana cree que la festividad no desapareció por completo. El conflicto a inicios de la Revolución entre el nuevo gobierno y la jerarquía católica , no sólo desembocó en una práctica discriminatoria contra los creyentes, sino que motivó la desaparición tanto de la festividad de los Reyes Magos, como de la Navidad y otras celebraciones religiosas. Según Enjamio, cumpliendo moralmente con esas medidas revolucionarias, “hubo familias, que fueron radicales y no continuaron celebrando esas festividades, pero hubo otro sector de la sociedad que continuó arraigado a la tradición".

Mas, como se sabe, todo cambió con el sorpresivo giro en la política oficial que, tras la vista del Papa Juan Pablo II, en 1998, reconoció explícitamente la libertad religiosa y restableció como feriado el 25 de diciembre, día de la Navidad.

Unos sí y otros no
Ese nuevo incentivo de las fiestas navideñas despertó las tradiciones dormidas, entre ellas el Día de Reyes. Así que el debate tomó fuerza. Citado por el mismo periódico de la juventud cubana, Dagoberto Rodríguez, profesor auxiliar del Departamento de Historia de la Universidad de La Habana, se mostró preocupado por el regreso de los Reyes Magos, porque la celebración refleja la desigualdad social en la isla. "Hay una diferencia elemental en el modo de vida de los que reciben remesas y los que no, así como el fenómeno de los nuevos ricos. Eso se plasma en las grandes diferencias entre los regalos", sostiene Rodríguez. Lo cual corroboré el 6 de enero pasado en La Habana.

Si bien sentí alegría al ver renacer parte de la magia de ese día, me puse en el "pellejo" de aquellos niños a los cuales sus padres no pudieron comprarle un juguete, porque sus salarios son en peso cubano y no tienen quien les envíe una pequeña remesa en moneda libremente convertible. Recordé entonces aquella descabellada manera de repartir los juguetes mediante un bombo cuando yo era niño. Si bien no era justa, al menos garantizaba que todos los niños tuviéramos tres juguetes normados.

sábado, 23 de diciembre de 2006

Llegó la Navidad

'Secuestro Navideño', según mi amigo y caricaturista cubano,
Ángel Boligán, también guajiro

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Camino a La Habana

Cargados de jabas
Aquella tarde de domingo, allá por 1967, con apenas seis años, estaba a punto de ver realizado un primer sueño infantil. Dejaba por unos días la rutina del barrio y cambiaba las palmas y el verde de los sembrados por el asfalto y los edificios de La Habana. El Vedado, el sitio más emblemático de la capital, me daría la bienvenida. Junto a mis primos y tíos, viviría durante una semana el ambiente capitalino.

Costó trabajo que Mima y Pipo accedieran. Mis tíos María y Plácido se encargaron de convencerles de que serían las vacaciones que hasta ese momento nunca había disfrutado. La noche antes, me dormí pensando en que aquella iba a ser una semana inolvidable. Me levanté temprano para ir a casa de mis abuelos Luisa y Cheo, que vivían en el mismo barrio, en la calle final, a dos cuadras de mi casa y donde pernoctaban los fines de semana mis tíos habaneros. Muchacho al fin, comentaba a todos que me iría a conocer La Habana, la ciudad que hasta ese momento había visto sólo en revistas y, alguna que otra vez, desde el portal de Eloína, la única vecina del barrio que tenía televisor.

Aunque el viaje sería por la tarde, desde el mediodía ya mi equipaje estaba listo. Mima había cuidado cada detalle. La ropa, como siempre, estaba impecable. Mi madre presumía de tenerlo todo en orden, y mis pantalones y camisas lucían planchados como de tintorería. Mi padre procuró, por su parte, conseguir alguna que otra vianda para ayudar a mis tíos con mi alimentación. Eran años difíciles, de una austeridad increíble, y aunque entender yo no entendía nada, todos hablaban de que el bloqueo estadounidense se acrecentaba cada vez más y que comenzaban a escasear algunos productos de primera necesidad.

El Pegaso iba atestado
Cuando cayó la tarde y el fuerte sol comenzó a ceder, mis tíos y primos pasaron por mí. Me despedí de mi madre y mis hermanos, y Pipo nos llevó en su camión hasta la parada de ómnibus, por aquel entonces en el centro del pueblo, en la esquina de las calles Cuba y Manuel Landa, frente al restaurante Las Delicias. Hicimos la cola de los sentados para la ruta 75, porque el viaje era largo y como éramos tres niños, era peligroso ir de pie. Aunque estaba acostumbrado a viajar frecuentemente en el camión de mi padre, para ir a visitar a nuestra familia en pueblos y barrios aledaños a Güira, aquel trayecto en la 'guagua' fue todo una novedad. Recuerdo que hice el viaje un poco mareado, porque aquel ómnibus Pegaso iba atestado, el calor era agobiante y el camino estaba lleno de curvas.

La ruta 75 nos llevó hasta Santiago de las Vegas, municipio a medio camino de La Habana, que años más tarde conocería como la palma de mi mano, porque allí se fue a vivir mi hermana mayor, Mary, cuando se casó con un santiaguero, Rubén. En Santiago volvimos a hacer otra cola, esta vez para la ruta 76. Por suerte, ésta tenía aún un servicio bastante rápido y eficiente, por lo que en 20 minutos seguimos viaje hacia La Habana. La Fuente Luminosa, frente a la Ciudad Deportiva fue nuestro siguiente destino. Allí tomamos la ruta 27 y en cinco minutos más estábamos 'desembarcando' en la calle 26, entre 17 y 19.
Parecíamos 'jaberos'Llegamos cargados de jabas, como la mayoría de los que viajaban desde Güira. Estaba de moda ir a los municipios de La Habana campo a conseguir alimentos. Los llamados 'jaberos' se dedicaban al trueque de ropa o alimentos en conserva por viandas y vegetales. Era común que jabones, desodorantes y prendas de vestir compradas en la ciudad, fueran intercambiados por plátanos, frijoles y verduras. No era nuestro caso, porque afortunadamente, conseguíamos algunos productos agrícolas cosechados por nuestros familiares que eran dueños de fincas.

La llegada a La Habana fue casi al anochecer. Recuerdo que nos quitamos el 'churre' de encima, comimos y caímos rendidos en la cama. Terminaba así un día largo, pero novedoso y me esperaba otro lleno de aventuras. Continuará...